jueves, 24 de julio de 2014

El viejo fresno

Me contaron los mayores del lugar, que, con toda probabilidad, el fresno de la parte posterior de la iglesia tendría una edad parecida al roble centenario que tanta fama ha adquirido con los anuncios de la Junta -ese que aparece en la portada de este blog. Era frondoso y de una altura considerable, pero un rayo lo rasgó y un ventarrón terminó la faena, dando con su enorme tronco en el suelo. Varios vecinos se encargaron de aprovechar su sólida madera, tanto para leña como para trabajos artesanales. Solamente quedó en pie la base del tronco hueca por dentro y con unas cuantas ramas, de esas que salen en la parte baja de los árboles.

Hace poco nos dimos cuenta de que del hueco de los restos está surgiendo un retoño, un árbol nuevo. María y yo nos quedamos admirados de la fuerza que tienen los seres vivos por mantener y recrear la vida. A pesar de que se le había dado por muerto, comenzó a dar señales de revivir cuando en la primavera siguiente las ramas del maltrecho tocón volvieron a llenarse de hojas. Después fueron saliendo más ramas de su supuesta copa. Pero ahora, no contento con eso, nos está dejando muy a las claras que está reinventándose de nuevo: de su seno, ahuecado por el rayo, está brotando su nueva vida. Será impresionante contemplar en el futuro el conjunto de un fresno nuevo insertado en los restos de sí mismo, como si éstos fueran el tiesto en el que se ha ido formando.

A veces en la vida nos encontramos con casos de personas, más o menos cercanas, que han sufrido accidentes o desgracias con graves secuelas físicas y/o psíquicas. Es fácil darse por vencido o que los demás solamente tengamos para con ellos consideraciones compasivas: póbrecito, qué pena, qué mala suerte... La vida que llevamos dentro también tiene esa capacidad de hacernos surgir de nuestras cenizas, de cicatrizar heridas y de reinventar una nueva forma de vida a pesar de los destrozos que se hayan padecido, como se ve en el viejo fresno. Eso sí, si se cuenta, como es su caso, con unas raíces profundas y bien arraigadas que posibiliten el recrearse de nuevo. Esas raíces que se hunden en un terreno fecundado por las ganas de vivir, por la capacidad de lucha y, sobre todo, por los lazos afectivos. Ese resurgir necesita tanto de la fuerza personal como de la atención y del empeño del entorno, más allá de la compasión. Y lo más maravilloso que tiene esa colaboración es que, además de no dar por perdida o por inútil una vida, consigue que los de su entorno, dando lo mejor de sí, generen más vida también para ellos mismos. El viejo fresno es un vecino magnífico y vamos a seguir con atención, paso a paso, año a año, el desarrollo de su nuevo ser.