martes, 25 de febrero de 2014

Entre todos

Algunos días por la tarde voy a estar un rato con mis suegros en la residencia de Ibarrekolanda. Tienen dos televisores de esos gigantes en la sala de estar, que está casi unida a la zona del comedor. Cuando no hace buen tiempo la mayor parte de los residentes se pasan la tarde colgados de ellos o mirando en dirección a las pantallas con los ojos perdidos hacia no se sabe dónde, porque quizás muchos, entre tanto, estén viendo pasajes de su vida en la televisión de sus recuerdos. Como es de rigor en toda residencia de ancianos, el volumen de las teles es inversamente proporcional a la capacidad auditiva del personal, que, por mor del desgaste, tiende a estar más o menos deteriorada. Llevan una temporada poniendo un programa de La1 que me llamaba la atención porque la presentadora chillaba más que hablaba, en medio del griterío del público invitado que hace de cla en el estudio. 

Lo primero que agradecí es que ya no pusieran esos programas vomitivos de tele5, que a cierto sector del personal parece que les gusta por aquello de la dosis alta de carroña. Desde hace dos días me he fijado algo más en el contenido del programa. Parece ser que se trata de sacar de un apuro a alguna familia o persona que quiere empezar de cero con algún proyecto, o necesita alguna operación o algún tratamiento especial que no se puede financiar porque está en las últimas. Mira por dónde, algo así se hacía ya en radio Bilbao cuando yo era niño, "De corazón a corazón" se titulaba. Lo dirigía un cura que iba exponiendo casos, poniendo mucho calor en el asunto, hasta que conseguía financiación para ellos. Todo este estilo de iniciativas pueden llevarse el sambenito de caritativismo barato por parte de los bien pensantes, aquel era eclesial y éste de la tele laico. Puede también que sea también un reality más, ya que alguien nos llora sus miserias en público, pero en versión solidaria porque con un poco de suerte puede sacarse un dinerito que le vendrá de perlas. Lógicamente durará, como todos los programas televisivos, en la medida en que sujete un número aceptable de audiencia, no por lo que suponga de beneficio para el personal necesitado que lo demanda.

Me ha llamado la atención especialmente en este programa que una cantidad importante de donantes son jubilados, algunos parados y no faltan pequeños que dan parte de su hucha. Realmente esto suena a aquel pasaje del evangelio en que Jesús valora, como donativo más importante para el templo, la moneda que echó una pobre viuda, porque era lo que tenía. Pero más allá de esto, me reafirmo una vez más en mi opinión de que son los mismos ciudadanos los que pueden ser capaces de aportar soluciones al problema de la pobreza y del desamparo social a los que nos encontramos sometidos. Solamente hace falta que se presenten plataformas válidas que sepan encauzar la solidaridad de la buena gente. Mientras las autoridades sobrevuelan la cruda realidad entre números macroeconómicos y le ponen en bandeja nuestras cabezas al gran dios Moloc de los mercados, no nos queda otra que generar iniciativas que generen vida y que ayuden al personal hundido a mantenerse a flote. La solución global del problema, el cambio del sistema no van a ser posible de golpe ni desde arriba, porque los grandes capitales lo tienen cada día más amarrado. Habrá que lograrlo a partir de pequeñas células solidarias que creen un nuevo tejido social.