jueves, 20 de octubre de 2022

¿Otegi lehendakari?

 


He de reconocer mi despiste y mi descuido informativo, agravado por mi estancia en agosto en Quintanilla, y es que allí ni los telediarios. Resulta que María me puso hace poco un audio que le había llegado y escuché un discurso lúcido y contundente. Me preguntó si me había gustado y si sabía quién era el que hablaba. Yo me imaginaba que era, por el acento, algún líder sudamericano perteneciente a alguna plataforma ecologista o similar. Me quedé sorprendido cuando me dijo que era el nuevo presidente de Colombia, Gustavo Petro, que había tomado posesión de su cargo en agosto. 

Entramos en internet para saber algo de su personalidad y me quedé gratamente sorprendido. Es una persona con una formación envidiable y con un historial de quitarse el sombrero. Era evidente su compromiso con el pueblo colombiano demostrado en las diversas formas de militancia a lo largo de su vida. Lo que más me ha impresionado ha sido el hecho de que perteneció al M19. Estuvo en la cárcel y fue una persona importante en los tratados de paz.


Es el ejemplo perfecto de lo que se puede pedir en casos de guerrillas o de terrorismo político: que dejen las armas y actúen a través de los procesos democráticos. Y eso es lo que precisamente ha hecho él. Ha movilizado al electorado colombiano con su programa político y ahí está rigiendo la gestión de su país sin renunciar a sus convicciones.  

Este ejemplo me ha sugerido la pregunta que encabeza este texto. Sí, por qué iba a haber algún problema si Otegi fuera elegido lehendakari. Una vez más los tambores de guerra de la caverna mediática redoblarían sin descanso, aireando el pasado etarra de Otegi para condenarle al fuego eterno y, detrás, a los filoetarras que le acompañan e, incluso, a los que le hayan votado. Habría que organizar solemnes actos de desagravio por la grave ignominia que iban a sufrir las víctimas. El PP, por su parte, lanzaría discursos encendidos en los parlamentos, pero por dentro se frotarían las manos porque habrían recuperado uno de sus reclamos electorales más habituales.


El año pasado por estas mismas fechas edité una carta dirigida a Otegi, y a los otros dirigentes de su formación, felicitándole por las declaraciones que hicieron celebrando el décimo aniversario de la desaparición de ETA. En esa ocasión también hice referencia a las repercusiones lamentables que habían tenido por parte de políticos, medios y asociaciones. Se les pedía hechos y, a mi modo de entender, es lo que están respondiendo los dirigentes de Bildu, haciendo política en los parlamentos y en las instituciones en las que participan, desde su programa de izquierdas e independentista. 

Es de destacar el nivel intachable de las intervenciones y de las negociaciones que están llevando a cabo tanto en el parlamento central, como en el apoyo a las medidas sociales que favorecen a las clases sociales desfavorecidas de todo el estado. Un año más tarde de ese aniversario, el señor Núñez y otros dirigentes del partido popular aún siguen escupiendo muletillas como perdigones referentes a ETA y sus alrededores, como si aquí no hubiera pasado nada. El señor Otegi tenía razón: a éstos la convivencia y la normalización política no sólo no les importan, sino que no quieren aceptarla.