jueves, 16 de septiembre de 2010

EL MUNDO Y DIOS INSEPARABLES


Hace unas semanas leí en un periódico unas declaraciones del eminente físico Howkins. Parece ser que tras sus últimos estudios había llegado a la conclusión de que para explicar el inicio del universo, el bing-bang o como quiera que se le llame, ya no hacía falta recurrir a Dios como creador. El universo se puso en marcha de la nada por la ley de la gravedad. Me chocó que un sabio de su nivel se metiera tan de lleno en un terreno que le es totalmente ajeno y su declaración me pareció tan fuera de lugar - aunque no tan burda- como aquello que dijeron los primeros astronautas soviéticos cuando regresaron de su viaje:"Dios no existe porque hemos estado en el cielo y no le hemos visto". Es importante que los científicos sigan desentrañando el origen y las leyes del universo, porque todo lo que sea progreso del conocimiento puede redundar en mejorar el mundo y en comprendernos más a nosotros mismos. La búsqueda del sentido del mundo, del misterio de la vida o del porqué de nuestra consciencia es un terreno al que la ciencia nunca podrá acceder por sí misma y que, tampoco, debemos exigirle que lo haga.




Ciertamente es impresionante pensar que todo esto pudo empezar simplemente por algo en lo que estamos permanente e incoscientemente envueltos: la ley de la gravedad. Los planetas, las masas, nuestra vida en el planeta tierra están regidos por ella ¿Pero en qué consiste la gravedad? Está claro que es una fuerza de atracción. Todo está regido por la atracción incluso la existencia de los seres vivos cuya procreación depende de la atracción que ejercen entre sí, al igual que su sentido de manada o de especie. Y, por qué no, podemos considerar que esa misma atracción es la que hace posible la vida y la organización de los seres humanos hasta en su expresión más espiritual: el amor, el sentido de pertenencia a un grupo, familia o sociedad, la capacidad de darse a otros. Sin embargo quedan las preguntas de fondo: por qué existe la atracción, qué hace que nos atraigamos, por qué de la atracción surge la vida, porqué no podemos vivir sin ella. Podemos buscar respuestas desde diversas perspectivas pero siempre más allá de las investigaciones y los cálculos de las mentes más preclaras que ha dado el género humano. Claro está que, seamos creyentes o no, en la medida en que somos conscientes de esto nos sentiremos más unidos a este universo del que somos una parte minúscula y recién aparecida.




A pesar de esta nimiedad que somos, estamos dotados de una enorme capacidad de creación que, desgraciadamente, puede convertirse en fuerza de destrucción cuando cambiamos esa ley, que llevamos inscrita hasta en los genes, por el egocentrismo. Entonces se destruyen ecosistemas, se contamina hasta el espacio extraterrestre, se extinguen especies, se condena a millones de seres humanos a la miseria o a la soledad, al desequilibrio, a la infelicidad. Este es el resultado de la falta de atracción: la destrucción y el vacío. Para este humilde creyente la fe solamente es posible en el respeto más absoluto a todos los seres y a este universo que es como el cuerpo visible, admirable y palpable de Dios, aunque El esté más allá como epicentro del misterio y de la fuente de la vida.