jueves, 16 de diciembre de 2021

La náusea pública


La clase política nos está sometiendo a una pandemia de cinismo, de irresponsabilidad y de desfachatez que nos está haciendo pasar por un estado permanente de náusea a los que solemos estar
, más o menos, al día en lo que se refiere a la "res publica". Es difícil sobrevivir a espectáculos como los que nos están ofreciendo en estas fechas, quizás habrá que inventar una UCI especial para ciudadanos afectados. Una señora que ha sido presidenta de una comunidad autónoma y secretaria de un partido como el PP se presenta en el parlamento con cara de palo y suelta de entrada que no va a contestar a ninguna pregunta, como que aquello no va con ella. Por si esto fuera poco el expresidente del gobierno M. Rajoy, niega la realidad y los dictados judiciales sobre su partido y sobre sus responsabilidades. Ha soltado una sarta de mentiras con una rotundidad impresionante y no se ha cortado un pelo en increpar a sus señorías porque le estaban haciendo preguntas que no le gustaban o en tomarse a cachondeo lo que le decían. 


El señor Espinosa de los Monteros tiene un pufo de sesentaipicomil euros y ha sido condenado por el supremo, pero resulta que eso no le va a afectar a su escaño, como le pasó al diputado Rodríguez por tener una multa de 540€. Claro, es que  éste lleva rastas y es de Podemos, y aquí también hay clases como debe ser. Por eso Espinosa de los Monteros puede seguir soltando soflamas insultantes a diestro y siniestro. Juan Carlos I va allanando su escapada para no tener que rendir cuentas de sus bochornosos manejos económicos y de todo lo que se ha lustrado a cuenta de los españoles. Que si los delitos han prescritos, que no hay pruebas fehacientes, que tenía el derecho a la inviolabilidad... O sea que en la transición firmamos, como unos pardillos, un derecho de pernada económica para este señor que no nos  podíamos imaginar. Tampoco es que entonces tuviéramos ninguna otra posibilidad, así que le ha sacado un buen jugo a su condición de heredero de su excelencia, que nos lo dejó bien plantado.

Todo esto, aparte de lo repugnante que nos pueda parecer, desprestigia dos instituciones fundamentales del estado: el parlamento y la supuesta independencia judicial. Las comparecencias del parlamento se están reduciendo a montajes circenses, que solo sirven para dar pábulo a la prensa y a los cotilleos cotidianos de las redes sociales. Añadamos a esto que se está convirtiendo el parlamento en una feria de parlanchines que se dedican a lanzarse diatribas, provocar disputas de taberna del peor gusto y a decir procacidades para salir en la foto. Mientras tanto, los ciudadanos de a pie, que les hemos puesto ahí, estamos pendientes de electricidad, de las becas, de la vivienda de nuestros hijos, de la nueva ola del virus, de la inflación de los precios... y de eso solo se dice algo para llamar inútil al de enfrente. 


El tema 
de la independencia judicial es ya recurrente y no deja de sorprendernos constantemente por el olor a impunidad que desprende. No sé cómo se las arreglan los peces gordos para camuflar sus chanchullos y salir de rositas de todos sus delitos. Están entrenadísimos a moverse en esos ambientes y tienen mucha mano, además de una cara de piedra. Entran y salen en tribunales con causas que se eternizan y al final consiguen que se esfumen, sobre todo contando con los jueces que ellos mismos han impuesto. Al final, esto último es lo que colma la náusea, no solo que se sientan impunes por encima de todo y libres de hacer lo que quieran, sino que acaban consiguiéndolo porque tienen todo previsto y atado. A nosotros solo nos dejan el derecho al pataleo y, encima, estar temblado porque entra dentro de lo probable que mucha gente incauta les ayude con sus votos a volver al poder.