jueves, 13 de abril de 2023

Pascua 2023

 


Este año nos ha tocado reducir el tiempo de las habituales vacaciones de Semana Santa, por aquello de que estamos de obras en casa y hay que estar atento a ellas. Solo han sido los días de "fiesta de guardar". El jueves llegamos con una temperatura bastante fresca, pero los días siguientes cambió radicalmente el tiempo y hasta tuve que descamisarme para trabajar en el jardín. Esta subida de calor fue provocando que en dos días fueron abriéndose las flores de los árboles, comenzando por el pequeño peral. Las plantas cambiaron enseguida de aspecto abriéndose al sol. Sorprendentemente noté que fueron apareciendo las golondrinas que anidan en el pórtico de la iglesia y, con bastante adelanto, se presentaron los primeros vencejos que suelen aprovechar año tras año los nidos del alero norte de nuestra casa.

Se han hecho notar los insectos de todo tipo que se han sumergido en las flores del romero y en las recién abiertas de los árboles. Me ha tocado la limpieza de hierbas, ortigas y zarzas que comenzaban a asomarse en las zonas de los brezos y de los setos plantados hace poco, que parece van a sobrevivir al invierno. Todo esto nos ha permitido ser testigos directos de la eclosión de vida de esta primavera que en aquellas alturas se suele retrasar.

Hemos dedicado las tardes a hacer largos paseos aprovechando el tiempo seco y la hora adelantada del horario de verano, que nos permitía llegar con luz justo a la hora de comenzar con la cena. Hemos visitado de nuevo las zonas de pasto y los roquedos que conforman un jurásico de figuras fantásticas de animales de todo tipo fosilizadas. Esta vez me ha sorprendido descubrir al dromedario.


En lo que toca al pasto pudimos comprobar el efecto de la sequía. Apenas hay hierba y no pinta bien en el futuro, por lo que eso que para nosotros es un tiempo excelente para los ganaderos es un auténtico desastre. A propósito, también pudimos ver cómo se va sacando de las naves a las vacas. Toda una ceremonia de gritos, gente con palos arreando y tapando salidas. Las recién paridas con sus crías han quedado en prados cerrados cercanos al pueblo y el resto al monte. Estas últimas salían como locas dando brincos, haciendo carreras y peleándose, por lo que las fueron concentrando en la zonas de los robles y, cuando se fueron serenando se las encaminó a su destino. Según el abuelo de la familia, no se imaginaban que esa alegría por verse al aire libre se iba a convertir en una pesadilla, porque iban a perder la poca carne que les quedaba por la escasez actual de hierba y si seguía sin llover la poca que podían encontrar acabaría enterrada.

Le hemos visto crecer
desde dentro de la roca

Después de dar un considerable vuelta para comprobar que el pantano sigue sin recuperar un nivel normal de agua, a pesar del deshielo, hicimos una visita a las interminables obras del puente de entrada en Arija que corta la carretera que da acceso a Reinosa. Saltamos ilegalmente las vallas para cortar el paso y cruzamos las obras. La base central del cuerpo del puente ya está terminada, pero nos llamó la atención las formas de voladizo que le han dado a cada parte. De tal guisa, lo construido tapa la parte antigua del puente y le da un aspecto de portaviones ruinoso. Nos habíamos hecho a la idea de que las elecciones harían de acelerador para terminar a tiempo la obra, pero parece que aquí tienen muy asegurados los resultados y no necesitan de grandes logros para ganarlas.

La última salida consistió en ir a visitar a los tatarabuelos, o sea, nos encaminamos al monte Hijedo y comenzamos contemplando los petroglifos que están al pie del parking. Íbamos a seguir el camino a la inversa del que hicimos en el verano con los guías de Sta. Gadea, cuando María se fijo en una piedra de buen tamaño con una figura curiosa y totalmente lisa. Dicho y hecho, hicimos de Perurena haciéndola rodar cuesta arriba hasta conseguir auparla al coche. Así que el ídolo y las demás inscripciones van a tener que esperar nuestra visita hasta la próxima oportunidad. Sí nos dio tiempo a buscarle un sitio en el jardín a la piedra y allí la hemos dejado.


En fin, hemos podido disfrutar de la tranquilidad, de vivir sin prisas, de comer al aire libre, de dejarnos llenar por los nuevos brotes de vida y de la fuerza interior de los silencios en las zonas perdidas de los bosques o de los prados del monte que hemos respirado en nuestros largos paseos. Y vuelta al trajín de las obras, pero que nos quiten lo bailado.