domingo, 31 de julio de 2022

Campanadas a muerto

 

El Diario de Burgos se hizo eco del caso

Uno de estos días en que estábamos en nuestra casa de Quintanilla, pudimos ver desde la ventana del primer piso un grupo de personas con vehículos aparcados en una de las pistas de Sta. Gadea, que dan acceso a los prados y a la zona del aparcamiento de los que suben a hacer escalada en bloque. A la vuelta de un tiempo volvimos a ver que el grupo no solo no había desaparecido, sino que había aumentado. Aunque en esa zona la cobertura telefónica está al precio de las angulas, las noticias corren como la pólvora. Al poco rato supimos a qué se debía el alboroto. Abilio, uno de los vecinos más reconocidos del pueblo, había muerto aplastado por su tractor. Lo había dejado aparcado en el borde de la pista junto al prado que pretendía segar, que está en cuesta. Se bajó para maniobrar la segadora, un modelo tan antiguo como su tractor con un sistema de cuchillas que ya ni se fabrica, y, al parecer, con el movimiento que provocó el tractor se puso en marcha por la cuesta y se lo llevó por delante. De entrada no se sabía si había dejado sin poner el freno de mano o que éste estaba en mal estado. Total un despiste o un descuido o una temeridad al usar una máquina tan vieja. Según se comentó, llevaba ya tiempo muerto hasta que otro vecino que subía a segar un prado contiguo lo descubrió y dio la voz de alarma.

Abilio tenía casi noventa años y era un hombre fuerte ¿Qué necesidad tenía de andar a su edad con esos trabajos tan pesados de la hierba? Probablemente no tendría necesidad alguna, más bien se podía tratar simplemente de seguir haciendo una actividad como estaba acostumbrado a realizar todos los años. Es probable que alguien de la familia o de los amigos le hubiese dicho que ya no estaba para esas tareas, pero bueno era él: de siempre lo había hecho y por qué no iba seguir haciéndolo. En febrero puse una entrada tratando el tema de las limitaciones que nos toca ir asumiendo con el paso de los años.

En este caso Abilio no supo, o no quiso, ajustar sus tareas a las limitaciones de la edad, que por muy fuerte que uno se encuentre éstas siempre pasan factura y, esta vez, por una nimiedad fue una factura demasiado grave. Me puso la carne de gallina el escuchar las campanadas a muerto llamando al funeral, ese ritual que aún se conserva en algunos pueblos y que se entiende sin necesidad de haberlo conocido. 

Puede que se hayan hecho diversos comentarios de tasca sobre este caso: ha muerto con las botas puestas, fíjate qué bien ni se enteró, hace falta estar mal de la cabeza, total ya había cumplido... Sin embargo, yo creo que no merece la pena querer pasar por encima de las limitaciones y de los desgastes sin querer admitirlas. Lo importante de llegar a esa edad consiste en terminar su vida en las mejores condiciones que su estado de salud y su entorno le permitan. Lo que hemos hecho desde siempre no tiene por qué durar siempre, más aún, se va a ir diluyendo a más o menos velocidad, mal que nos pese. El primero que tiene que asumirlo es el propio sujeto interesado, contando, claro está, con que su entorno le vaya acompañando en el desgaste del paso del tiempo, desde su familia hasta los recursos públicos. Descanse en paz Abilio.