viernes, 29 de agosto de 2014

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Los planes de verano, las idas y vueltas pendientes de nuestros mayores y de la menor han conseguido que no haya escrito una sola línea en todo el mes de agosto. Pero no puedo pasar por alto que en este mes paso la hoja del calendario anual que me recuerda que mi nacimiento queda cada vez más lejos en el tiempo. Este año no podía faltar a esta cita por que, aparte de lo bonito o de lo simbólico que pueda parecer la cifra, cumplo mi primer año de jubilado. No deja de ser un aniversario curioso, porque me da la impresión de que eso sucedió el mes pasado, o así. y resulta que ya han pasado doce. 

Éste ha sido un año de experiencias contrastadas, desde el despiste del inevitable ¿Y ahora qué? hasta la posibilidad de llevar los asuntos domésticos con toda la calma del mundo o disponer de más tiempo para leer o para el deporte. A decir verdad llevaba varios años preparando lo que iba a hacer cuando me llegara la hora, pero he de reconocer que en esto de la jubilación pasa lo mismo que en la carrera: uno aprueba lo que pone en los libros, pero cuando se topa con la realidad se da cuenta de que sabe bien poco o casi nada. O sea que tenía muchos planes pero, a pesar de lo que te dicen todos, tienes el mismo tiempo de siempre: 24 horas que se esfuman a la mínima de cambio en cuanto te despistas y para cuando quieres ponerte a ellos resulta que ya no te llegan las horas.

Ante todo, sin embargo, he de reconocer que recibí con júbilo mi nueva etapa vital y que ese júbilo se ha ido prolongando a través de este primer año. He podido disfrutar de una mejor relación familiar, me he sorprendido retomando viejas amistades que tenía medio empolvadas, he comenzado a explorar nuevos territorios en los que invertir mis empeños o mis inquietudes... Ahora me queda para las próximas ediciones el concretarlos o ampliarlos, por aquello de que lo que no avanza retrocede, nunca se queda igual.

Otro aprendizaje de este primer año ha sido el ser consciente de que han aumentado considerablemente los despistes, los olvidos o similares. No creo que sea su causa el que haya pasado un año, sino más bien la ausencia de la tensión que los horarios y que la responsabilidad del trabajo nos crean en los hábitos y en la organización de la cabeza y de los espacios de la vida. Otro aprendizaje que me queda pendiente para la mejora personal y, sobre todo, para la supervivencia de la convivencia de los que me rodean.

Sin embargo he tenido muy presente la dedicatoria que una de mis compañeras de trabajo escribió en la típica tarjeta de despedida que firmaron los del departamento y algún allegado más. "Aquel que tiene un porqué para vivir se puede enfrentar a todos los cómos". En ello estoy y espero mantenerme en ese desafío. Sin ser un iluso pero sin renunciar a tener nuevas ilusiones. Tengo también en cuenta lo que he leído recientemente de Estrada "los deseos irreales, que no abren posibilidades de vida, se vuelven contra el hombre reactivamente y lo destruyen". Está claro entonces que las ilusiones que merecen la pena, por muy difíciles que parezcan, son las destinadas a crear o propiciar vida en los propios y en los ajenos, así la mejoría de la propia vida queda asegurada.