jueves, 30 de junio de 2011

La historia que se reproduce

Estaba esperando el autobús y la vi de refilón en la entrada de un portal cercano, pegada al teléfono móvil. Hablaba con la determinación que siempre le ha caracterizado, entrecortando las frases como quien no admite contradicción. Su mirada fija y penetrante me pareció más fría que nunca. Había salido perfectamente arreglada. Lucía un peinado pegado que hacía relucir su pelo negro. Llevaba sortijas y afiches variados. Vestía un pantalón oscuro ceñido y una chupa negra ajustada que dejaba entrever una camiseta también negra y varios colgantes. Nunca la había visto tan puesta. Recuerdo que la última vez que la vi iba con un louk de "camionero" como quien acababa de salir de la obra. De hecho me comentó que trabajaba de gruísta. Desde luego hoy no tenía nada que ver con lo dicho.

La conocí hace bastante años cuando pusimos en marcha entre cuatro locos un proyecto de atención a menores en situación de riesgo, que se diría hoy en la jerga actual de los servicios sociales. O era la mayor de 3 hermanos, los otros 2 varones. Un buen día la madre se largó a una provincia del sur y les dejó a cargo del padre, que resultó ser un perfecto inútil de por sí y con el agravante añadido de su afición a beber. Como dato curioso, el buen señor se provocó un accidente en un ojo y se quedó tuerto para poder seguir viviendo sin trabajar a cuenta del erario público. Entonces toda la responsabilidad recayó sobre la abuela materna, una señora ya entrada en años con una salud precaria y con una mentalidad como si acabara de salir de su aldea. No se le podía pedir más. De vez en cuando entraba en escena una tía suya e intentaba poner un poco de orden pero se quedó embarazada y en cuanto dio a luz... Los niños estaban mal nutridos, mal vestidos, sucios y, a la vez daban muestras de tener serios problemas afectivos y psicológicos, como era de esperar.

O era una niña lista, decidida, desagradable y dañina. Disfrutaba haciendo daño psicológico a los iguales y a los monitores. Siempre se las arreglaba para tener alguna socia para sus andanzas. Hablé varias veces con ella y con su tía, a la que parecía que hacía un poco de caso, para ver cómo podíamos reconducir aquella mala leche que llevaba por dentro. Aprovechando lo que me pagaron por unos cursos que di, le buscamos una psicóloga que le trató bien, pero cuando fue llegando al fondo de los problemas O desapareció. En esos momentos verbalizó varias veces el odio que sentía por su madre porque los había abandonado. Además se había enterado que había tenido más hijos y decía que a ella ya sus hermanos no quería verlos. Todavía recuerdo sus palabras "Eso no se puede perdonar. Yo no abandonaré a mis hijos nunca". 

O ha tenido dos hijos de padres distintos y se los ha ido emplumando a los respectivos. Ella siempre va sola a cualquier hora con esos aires de me echo el mundo por montera. También me juró que cuidaría siempre de su hermano pequeño, muy débil y enfermizo, pero le veo siempre solo  paseando como un sonámbulo, con la mirada perdida y casi tan harapiento como lo recogimos cuando era niño. No he tenido oportunidad de abordarla y preguntarle en directo por sus hijos. En cuanto me acerco y ve que no le queda más remedio que hablarme, me suelta una retaíla de frases de esas con doble sentido que resultan incoherentes o me cuenta películas como la del gruísta. Me duele pensar que su historia se vuelva a reproducir en alguno de sus hijos. Reconozco que aquella niña que fue tuvo que sufrir mucho, pero rechazó todas las ayudas y se quedó con su dolor comiéndole por dentro poco a poco. Claro que el odio o el rencor no curan heridas y en casos como éste las vuelven a producir.