miércoles, 31 de mayo de 2017

Días de monte 33

El sábado día 27 pudimos ponernos los tres de acuerdo para salir al monte. En esta ocasión cumplimos una deuda que teníamos pendiente: subir Amboto en primavera. Como la mañana acompañaba y suponíamos que la roca no iba a estar mojada, a la hora de costumbre pusimos rumbo hacia Urkiola. Hacía mucho tiempo que no andaba por aquellos pagos y fui observando todas las novedades del entorno. La primera parte del camino transcurre, una vez que se abandona la pista de acceso, entre zonas de hierba, esta vez acompañados de portillos correteando alrededor de sus yeguas. Juanjo me había propuesto hacer el típico cresterío desde la ermita de S. Cristóbal hasta hacer cumbre en el Amboto. Yo recordaba que ya había hecho esa trayectoria, por lo que me pareció más completo y acepté. 

A la ermita se llega en poco tiempo y sin ningún esfuerzo. A partir de allí se va abandonando las campas y uno se va adentrando en la dura roca entre grietas y grijo. Después de salvar el primer desnivel fuerte de Gurutzeta se comienza a funambulear por las crestas y los sube y baja. En esa parte del recorrido no constan instrucciones. Alguna señal que otra ayuda a orientarse, pero teníamos que andar buscando dónde poner los pies sin irnos ladera abajo. Al final se alcanza el camino más habitual de subida que comienza en el hayedo agarrado a la roca y se termina la trepada hasta la cima por la arista. Este es el Amboto: exigente, difícil, peligroso pero impresionante, tanto por su forma vertical y puntiaguda como por los impresionantes barrancos que cobija la cueva de la Dama o por los panoramas que se pueden disfrutar en todo el recorrido. Se puede comprobar en este álbum.

Hubo tramos en los que azotaba con fuerza el viento, así que tuvimos que guardarnos la gorra en  los bolsillos. Ya en la cumbre, buscamos un rincón que estaba al socaire y nos dimos un buen rato para darle a las mandíbulas y tomar un buen respiro, porque la bajada resulta tan pesada como la subida o, si no, que se lo digan a mis cuádriceps. Antes de bajar del todo pasamos por la famosa fuente de Ponpon con su agua de color ferroso y con unos caños abundantes. Eso sí, para mí ese recurrido resultó ser un recordatorio implacable de cómo transcurre la vida sin darnos cuenta. Sacando cuentas llegué a la conclusión de que ese mismo recorrido lo había hecho con treintaipico años y entonces ni bastones, ni mapas, ni botas fuertes ni nada. También recordé que era la quinta vez que lo subía, pero la vez anterior había sido con María poco antes de casarnos. Así que en adelante habrá que tomarse los recorridos con la debida cautela y no basta con decir ya he estado por ahí. De todos modos, una auténtica gozada.

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