martes, 13 de octubre de 2020

El castro de Zalla


El pasado jueves día 8 encaminamos nuestro paseo montañero hacia las Encartaciones, porque hacía tiempo que no nos asomábamos por esas comarcas. Esta vez Orencio me propuso una ruta que hace mucho dijimos que no podíamos dejar de hacer: visitar el castro de Bolunburu en el municipio de Zalla. Esta vez nos acompañó Fernando que se suma de vez en cuando a nuestras salidas. Orencio llevaba el garmín preparado, así que enseguida nos situamos en el barrio de Ibarra. En él confluyen los bidegorris que circundan el municipio y el que viene desde Balmaseda bordeando el río Cadagua. Nosotros tomamos la pista dirección Balmaseda. Antes de llegar al área recreativa de Bolunburu nace un sendero a mano izquierda bien señalado que nos dirige  a El Cerco, que es la zona donde está el castro.

A partir de aquí comienza la subida que no es larga, pero sí con algunos tramos exigentes. Las lluvias de los días anteriores habían dejado el camino embarrado y encharcado, pero, a la vez, el torrente contiguo nos fue acompañando con su música y deleitando con las figuras de los torbellinos del agua. Nos encontrábamos envueltos en la espesa niebla matutina típica de la zona de Zalla, pero al mediodía ya pudimos tener buenas vistas sobre el panorama del pueblo y de los montes adyacentes. 


Llegamos a un rellano creyendo que ya era la cima, porque el bosque tupido no nos permitía divisar el entorno, y nos encontramos con una pendiente en forma de huevo con un desnivel de cuidado. En la parte superior se divisaba desde abajo la muralla. Impresiona pensar que aquel muro databa del siglo IV antes de Cristo. Un guardabosque lo descubrió porque, según cuentan, apareció a la vista a raíz de un incendio. Hay paneles explicativos y parece que han hecho alguna indagación sobre su forma de vida. Realmente suponía una auténtica fortaleza: las muralla cortaban la subida por la empinada campa y por la otra parte había un corte vertical de casi cien metros. Según explicaban los carteles, al pie de ese cortante tenían la cantera para conseguir la piedra que utilizaban para la fortificación y para la base de sus viviendas.



Mis acompañantes estaban convencidos de que solo usaban ese lugar cuando estaban en peligro, y que sus viviendas estaban en otro sitio. Yo, en cambio, les invité a que se fijaran en los paneles informativos. Decían claramente que era una aldea con sus viviendas habituales. En aquellas épocas de la segunda edad de hierro, según se ve, había que asegurar los asentamientos con todo tipo de defensas: les iba la vida en ello. Y es que la seguridad, entonces y ahora, siempre ha sido imprescindible, pero incómoda y exige algún esfuerzo. Ahora nos encontramos con el mismo problema. Todas las medidas, que debemos adoptar por nuestra defensa y la del resto de ciudadanos, son incómodas, nos exigen esfuerzo y nos dificultan la vida, pero siguen siendo imprescindibles. Aquellos se tenían que proteger de fieras y de salteadores, nosotros de un bichito que no se ve y que también mata o te puede dejar tocado de por vida con problemas respiratorios y de otro tipo.

Aprovechando el único día de sol de la semana nos fuimos, para cerrar la sesión matutina, a La Carranzana: café y picho en terraza. Una tasca sencilla y acogedora con sabor y ambiente a pueblo, aunque esté ubicada justo en frente de la papelera de Aranguren y de otras industrias de ese pelo, que estuvieron a punto de cerrar, pero por ahora parece que siguen en pie. Que sea por mucho tiempo para el bien de las Encartaciones.

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