domingo, 30 de marzo de 2025

¡Qué horror!


 Una de las últimas noticias con que nos hemos desayunado traspasa todos los límites de la perversión humana, cuando los sujetos que la han protagonizado son menores. Unos adolescentes han estado disfrutando con las torturas sistemáticas que le han estado infiriendo a un compañero que sufría una discapacidad severa. Siempre se ha comentado que es cosa de chavales el ser un tanto crueles a la hora de hacer bromas o juegos. Cuando ya se pasan de la raya lo llamamos buling, o sea, cuando acarrea graves consecuencias para el sujeto de esa violencia. Pero en este caso abusar de un compañero totalmente indefenso y sin capacidad de reacción por sus severas limitaciones, implica en primer lugar deshumanizarle,  para hacer de él un juguete de diversión que ni siente ni padece, o si lo hace, les importa un pimiento a los agresores, cuando no hasta podrían  disfrutar más en la medida que le ven sufrir. En segundo lugar, esta perversión sube de escalafón cuando estos capullos siguen disfrutando con la publicación de sus aberrantes diversiones en las redes sociales. Al parecer necesitan hacer público su poderío y, por si ya hubiera padecido poco, poner en ridículo social a la víctima. Quizás ni siquiera hayan sido conscientes de todo ello.


Y ahora vienen las preguntas. Este hecho denuncia en sí mismo la impunidad de los agresores, que actúan fuera del control exigido en cualquier centro educativo. Una vez más, nadie sabía lo que estaba sucediendo. Esta frase la hemos leído y oído en demasiadas ocasiones y, por supuesto, en pocas de ellas le hemos dado validez. Estamos a la espera de que la solución se limite, una vez más, a que sea la víctima la que tenga que desaparecer del centro, lo que supone que el castigo también es para ella y para su familia. Según tengo entendido, el duro castigo que van a recibir los agresores consistirá en cinco días de expulsión -o similar- , y me apuesto algo a que encima alguna de sus familias protestará o se montará el rifirrafe de echarse la culpa entre ellos para ver quién es el más culpable, el cabecilla y que los otros no pueden tener la misma sanción... Ya hemos tenido que ver escenas similares en más de una ocasión.


Y ahora viene lo inexplicable ¿De dónde han salido unos menores con este nivel de agresividad? ¿Dónde han mamado esa impunidad para no tener ningún límite en saltarse el respeto de los demás sin temer las consecuencias? Me ahorro la respuesta porque la tenemos todos en la mente ¿Qué va a pasar cuando vuelvan a su instituto, van a dejar de ser peligrosos, van a volver con las orejas gachas o van a venir más envalentonados pidiendo guerra? ¿Cómo se gestiona la sanción y las medidas posteriores para que no repitan acciones de ese tipo, aunque no sean tan extremas, como ésta que nos ocupa? 


Y luego un apunte más: éstos chicos están protegidos por la ley del menor y, por tanto, van a disfrutar de la inmunidad legal que ésta les otorga. Le reto a algún jurista partidario del buenismo legal que mida los milímetros que hay entre el hecho que nos ocupa y la posibilidad de que esos sujetos lleguen a matar y se queden tan pichis. En mi modesta opinión éstos son sujetos peligrosos para la convivencia social, por tanto tendrían que asumir las consecuencias de sus actos, quitándoles de la circulación y, no tanto con medidas punitivas, sino con programas de reeducación que, progresivamente, les permitan volver a la convivencia social. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario