"Ten ánimo, sé valiente, espera en el Señor". Este es el versículo final del salmo 26. Esta sencilla frase siempre me ha tocado por dentro, por eso he seleccionado el título para esta entrada. La esperanza es lo último que se pierde, dice el refrán, pero ¿para qué la queremos, si la dejamos para el final? Es de suponer que es uno de los motores de la vida que se necesita desde el principio. No se trata de quedarse esperando, eso es una espera, que sí es lo último que nos queda. Pero para la esperanza hace falta primero ser valiente y, además, mantener el ánimo según lo define el salmo. Es una descripción que sirve perfectamente para ateos, creyentes, humanistas o militantes de cualquier causa noble. La esperanza es un principio activo en sí y hoy en día nos la están poniendo al precio de las angulas en navidad.
Es difícil hacerse a la idea de que los movimientos políticos estén volviendo atrás hacia los totalitarismos o al autoritarismo, por decirlo más suave. Uno está intentando favorecer iniciativas o propuestas sociales que mejoren o posibiliten una vida digna para la mayor parte del personal, mientras tiene en el horizonte esos nubarrones ultras que pretenden tragarse todo aquello que suene a ayudas, a oportunidades y servicios públicos, a iniciativas ecologistas o preocupaciones por las consecuencias del inminente cambio climático. Negacionistas, como les llaman, que pueden estar a medio paso de hacerse con gran parte de los gobiernos. Para ejemplo los energúmenos que a nivel mundial están jugando con la vida de las personas, incluso de los menores, como si no tuvieran el menor valor y fueran fichas de una partida a ver quién es más poderoso.
Si miramos hacia atrás nos encontramos con unas generaciones jóvenes a las que se les niega sistemáticamente la posibilidad de hacer su propia vida a través de trabajos en malas condiciones, con sueldos de pobreza y sin poder hacerse ni con un cuchitril mínimamente digno para vivir. Sin embargo, hay estudios y, sin necesidad de ellos, se puede percibir, que cada día aumenta la proporción de jóvenes que apoyan esas opciones ultras.
Si giramos la mirada para el otro lado, vemos una población entrada en años que va in crescendo sin querer ser consciente que, con mayor o menor distancia, están acercándose a la puerta de salida. A su costa se está montando toda una industria de viajes, salidas, gimnasios y demás actividades encaminadas a aprovechar ese tramo final en el mejor estado de salud y lo más distraídos posible.
Como en el resto de la sociedad, es una parte minoritaria la que está haciendo de la jubilación activa un aporte de experiencia, de creatividad o de reivindicaciones por una mejora social y comunitaria. Mira por dónde esta minoría es la que demuestra ser valiente y tener el ánimo necesario para perseverar en sus intentos y en su entrega a las causas de solidaridad y justicia que les mueven. Aquí se encuentra la esperanza, en medio de esa gente que es consciente de que es algo minúsculo, pero no ceja de sembrar o de crear redes solidarias y comunitarias. En efecto... ¡hace falta valor! Va por ellas y ellos.

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