Me he encontrado en una revista con la columna de una amiga, Mercedes Rey-Baltar, titulada así. Voy a repetir el párrafo que considero central:
"Lo extraordinario se esconde entre los pliegues de lo ordinario. La grandeza de la vida no está en hacer cosas extraordinarias, sino en hacer de modo extraordinario las cosas sencillas y simples. Lo cotidiano refleja la calidad de nuestro corazón".
A algunos nos educaron para hacer cosas importantes, para sacrificarnos por la causa, para llevar a cabo grandes empresas para mayor gloria de Dios... Es bueno encontrarse ahora que todo aquello del amor universal, de la salvación de los desfavorecidos... tienen sentido en la medida en que están enraizados en el amor concreto a mis cercanos, a aquellos con los que comparto mi vida, mi trabajo, mi amistad. La cotidaneidad no sirve para ser famoso, aparecer como profeta, sentirse importante en la empresa, ser considerado un héroe o salir en la tele. Sin embargo es donde puedo encontrar el espejo que me devuelva la imagen real de quién soy. Es el taller humilde donde puedo fraguar lo que me queda por crear de mí mismo.
En este mundo en el que se vive, se vende, se gana en base a la imagen, es difícil mantener este tipo de convicciones. Puede que se considere gris al que es coherente con ellas, pero en realidad los que se refugian en grandes causas, viajes extraordinarios, derroches de elegancia... son los que no saben cómo llenar la mediocridad de su vida o aliviar el poco calor humano de sus relaciones cercanas. Lo del Qohelet vale tanto para los que viven de la imagen como para los profetas autocomplacientes: "mataiotes mataiotetos kai panta mataiotes", todo vaciedad.
Me ha gustado encontrarme con estas reflexiones porque, en parte, pueden ser reflejo de lo que me ha sucedido en la vida. He tenido que hacer la tarea de deconstruír mi imagen, de "bajarme del púlpito" para sentirme de carne y hueso, para vivir la intensidad del amor recíproco a mi mujer y a mi hija. Ahora, fuera de mi dedicación al trabajo y las horas que meto en el cuidado de mi familia, apenas me queda espacio para pensar en otro tipo de actividades o compromisos. Sin embargo siento que estoy desarrollando unas áreas de mí mismo que podía tener casi atrofiadas.
Desde aquí se vive la vida, la relación con el mundo, la comunicación con las personas y la presencia Dios de una forma más profunda y real. Es entonces cuando puedo tener la seguridad de que, sin buscarme a mí mismo, voy a encontrar lo mejor de mí para ofrecerlo y compartirlo con los demás, sin necesidad de alaracas. Gracias Mercedes.
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