jueves, 25 de diciembre de 2008

ALGO DE NAVIDAD

A través de mis incursiones por internet buscando algún tema teológico de mi interés, me encontré con unas reseñas de la figura y de los escritos del obispo episcopaliano Spong. Me llamó la atención el hecho de que confiesa que quedó marcado para el resto de su vida por la lectura del libro de J.A.T. Robinson "Honest to God". En eso coincido con él, porque fue mi primera lectura teológica -aconsejada por Ricardo- y una referencia que he mantenido siempre, consciente e inconscientemente, en mi crecimiento como creyente.

Desde un principio me impresionó por varias cosas. En primer lugar por su sinceridad y por su libertad a la hora de expresar sus opiniones y convicciones. En segundo lugar por su militancia en pro de los derechos de los negros en su país. En tercer lugar por su inquebrantable vocación de pastor que hace que sus escritos y discursos tengan un lenguaje entendible por todos, evitando que el conocimiento teológico sea exclusivo de eruditos y de jerarcas. En cuarto lugar por su valentía al explicar sus conclusiones sin tener en cuenta el fundamentalismo biblista del entorno eclesial en el que se movía y sin tener miedo a perder su status por sus sermones o sus escritos pastorales. No es que ponga una pica en Flandes con elevadas teorías o descubrimientos, resulta interesate porque de la teología o de la investigación bíblica hace pastoral.


Hoy le traigo a colación porque en estas fechas navideñas me he acordado que tiene un libro "Nacido de mujer" referente a las narraciones del nacimiento de Jesús. Spong insite mucho en señalar que muchos creyentes piensen aún que son relatos históricos, porque nadie les ha explicado lo que son verdaderamente. Esto tiene como consecuencia que se pierden los mensajes verdaderos y los valores que sus autores nos quisieron transmitir y que se ha hecho de la Navidad la principal fiesta cristiana dejando en segundo plano la Pascua.


Se me revuelven las tripas cuando, en estos tiempos, desde la jerarquía católica aún se sigue insistiendo en la literalidad de estas narraciones, cayendo en el fundamentalismo tradicionalista. Esta lectura de las escrituras les sigue siendo rentable para mantener un concepto de religiosidad popular más que dudoso, para la defensa a ultranza de su concepto de familia o para seguir blandiendo un determinado concepto de la divinidad de Jesús como arma fustigadora de teólogos atrevidos y de investigadores bíblicos.


Nosotros en casa hemos dado mucha importancia a la celebración de la Navidad, sobre todo desde que Irene nació. Seguimos la tradición franciscana de poner el Belén. Nos parece más humana y entrañable que la del árbol, a parte de no identificarnos mucho con las costumbres anglosajonas. Tenemos por costumbre hacer el encendido del portal antes de comenzar la cena de Nochebuena. Nos contamos cómo nos hemos sentido durante el año transcurrido, qué nos preocupa más en estos momentos y cuál es nuestro principal deseo para el futuro inmediato. Es como si lo charlásemos con Jesús.


Cuando Irene era pequeña le leíamos un cuento que redacté hace mucho sobre la historia del jefe de la tribu de pastores que supuestamente acogió a la familia de Jesús. Mientras fue muy niña no podía faltar la lectura del cuento aunque se lo supiera de memoria. Hacía unas oraciones de niña preciosas pidiendo que todos los niños fuesen felices y cosas así. Percibía que era un cuento como muchos que le leíamos y no ponía en duda la existencia de los Magos, pero sus conclusiones iban siempre más allá: quería que no hubiese niños infelices o sin padres o sin juguetes.


A decir verdad, a partir del año pasado el encendido del Belén lo hacemos María y yo solos. A ella le toca estar en el momento del no a todo y se le respeta en lo que hace referencia a estos temas. Nos queda la tranquilidad de haber transmitido a través del cuento o de las narraciones navideñas los valores humanos y creyentes que vienen envueltos en ellos. El futuro nos dirá si esa semilla, ahora desaparecida, llegará algún día a fructificar.

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