domingo, 15 de enero de 2023

Trumpismo en el Vaticano

 


El asalto al parlamento estadounidense alentado por Trump ha encontrado en nuestros días un reflejo en el asalto sufrido por las más altas autoridades de Brasil a manos de una plebe enardecida y desatada que pedía un golpe de estado por no reconocer los resultados de las elecciones recientemente celebradas. No podían admitir que su líder Bolsonaro no pudiese seguir al mando del país. Previamente habían hecho acampadas delante de cuarteles militares para exigir a las fuerzas armadas que dieran un golpe de estado para restablecer el régimen anterior. Es un peligro no reconocer el valor de las elecciones y descalificar a los líderes que han resultado elegidos como ocupas o farsantes. Van dos intentos casi seguidos y, si seguimos el refrán, no hay dos sin tres. 


Está claro que en España desde que ha habido elecciones, antes y después de la dictadura, la derecha se ha concedido la prerrogativa de ostentar el poder. Caciques, terratenientes, empresarios, grandes intereses de la banca... sostienen unas formaciones políticas que no admiten otra posibilidad que no sea sustentar el poder político y económico, caiga quien caiga. Son capaces de boicotear la vida de los ciudadanos con maniobras increíbles, además de tirarse todo el tiempo de la oposición descalificando, calumniando, insultando y tergiversando los acontecimientos para hacerse con el poder que, por supuesto, solo les pertenece a ellos. La ultra derecha ya ha comenzado a agitar a las masas con manifestaciones y no sabemos, aunque lo sospechamos, hasta dónde les gustaría llegar a ellos. 


Mira por dónde, aparece de pronto, nada más enterrar al papa emérito Benedicto XVI, unas memorias suyas de la mano de su secretario monseñor Gänswein, alemán como él y conservador como él. El tal monseñor anda muy mosqueado con el papa Francisco por algo de un puesto del que le sacó y, claro está, no le hizo ninguna gracia. Y es que el poder, y el dinero que conlleva, es una droga que no perdona ni a los mismísimos supuestos servidores de Dios. Esas memorias se están usando como un arma arrojadiza contra el actual papado, porque su autor es consciente de la movida y del morbo mediáticos que puede provocar. Pero lo más peligroso es que, a su vez, puede resultar que se trate de un señuelo o de un pistoletazo de salida para que las fuerzas restauracionistas, fuertemente afincadas en el gremio episcopal, comiencen la campaña para quitarse de en medio a un papa incómodo que no les gusta porque toca temas incómodos, intentan saltarse tradiciones inveteradas en esferas clericales y no les permite mangonear la curia a sus anchas. O sea, que, de manera sutil y encubierta al más puro estilo vaticanista, se está cociendo un golpe de estado del que incluso se pueda hacer protagonista hasta al mismísimo Espíritu Santo. Y es que los monseñores son muy inteligentes y no meten ruido como los bestias de Brasil o del Capitolio, por lo que son muchísimo más peligrosos.


Ya Umberto Eco dejó testimonio en "El nombre de la rosa" de las tensiones entre los fraticelli franciscanos y los lujosos cardenales de la curia. El personal redujo la novela y la película a temas policiacos y al morbo de ver cómo los monjes se cepillaban unos a otros en la alta Edad Media. Había otro tema de fondo con una gran carga ideológica y un testimonio histórico. La historia de la Iglesia está escrita sobre tensiones entre las cúpulas vaticanas y las exigencias de autenticidad evangélica entre los seguidores de Jesús de Nazaret. Ya desde entonces se les reprochaba el antitestimonio que suponían sus riquezas y sus intereses políticos. En los siglos siguientes llegaron los cismas o los movimientos de nuevas órdenes religiosas dedicadas a la atención de los pobres y marginados en la sociedad, con mayor o menor acierto. 

Hoy en día en medio de una sociedad que está en pleno cambio de era, una Iglesia con los seminarios, diocesanos y religiosos, en las últimas y una escasez alarmante de curas y de fieles dispuestos a cubrir sus bajas, no se puede entender que aún se esté intentando mantener esquemas y derechos canónicos que responden a épocas y modelos de sociedad muy pasadas, tanto en el tiempo como en los avances de la ciencia y de la comunicación. Va a acabar diluyéndose entre la gente como un recuerdo o algo que no importa más que a unos cuantos nostálgicos. A no pocos creyentes convencidos les va a resultar muy difícil, si no imposible, mantenerse unidos a una Iglesia tan decepcionante. Es posible que unos acaben como personas fieles a la fe de Jesucristo pero sin religión u otros, dejando fuera de sus convicciones toda consideración teologal, puedan mantenerse fieles a los principios antropológicos y éticos que sustentan un humanismo comprometido con la justicia y la solidaridad social. Por encima de todo esto, y sin hacer el mínimo caso a los signos y a las estadísticas, los jerarcas a lo suyo, porque ya resulta un secreto a voces el que hay obispos españoles, eméritos y en funciones, que participan en la conjura contra el papa Francisco y contra todas las nuevas leyes que supongan avances sociales, y así les va a ir.

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