lunes, 13 de marzo de 2017

El acoso ¿escolar?

El acoso escolar -ya se dé en el mismo centro o en la redes sociales- está siendo un tema recurrente en los medios de comunicación y en las instituciones públicas. De repente aparecen estadísticas y comparativas sobre su incremento. Salen a la luz pública personajes famosos que confiesan haber sufrido acoso en la escuela o en su barrio. Las autoridades educativas se esfuerzan en ultimar protocolos y en exigir su aplicación en los centros escolares, porque abundan, sobre todo entre los privados, los que intentan taparlo por aquello del prestigio del centro. Lógicamente ha habido empresas y cadenas de televisión o de radio que han patrocinado campañas para hacerse publicidad. O sea, que, como en otros temas referidos a problemas sociales, el acoso se ha convertido en espectáculo para gozo de las ávidas carroñeras que gustan de morbo para sus conversaciones. Todo los recursos  que se están poniendo en marcha para atajar o paliar los efectos de este problema están bien y son necesarios, pero siempre resultarán insuficientes por se ponen en marcha, como en tantos otros asuntos, cuando  han salido a la luz por el daño hecho, incluido el suicidio. 


Tengo la suerte de compartir mi vida con María que, además de ser mi compañera, es profesora de educación infantil. Ella se toma su trabajo muy en serio y me comenta sus preocupaciones, sus observaciones y las nuevas iniciativas que se le ocurren en su trabajo. Le he oído comentar cómo se relacionan los peques de sus aulas de dos y tres años. Lleva tiempo observando cómo hay niños que disponen a su antojo de los juguetes o materiales comunes quitándoselos a compañeros determinados, no a cualquiera, que los ceden sin rechistar o con algún lloro. Al mismo tiempo, ha observado que algunos de los perjudicados  por estos "minimatones" han llegado a interiorizar esta relación hasta tal punto que abandonan el juguete sin que el gallito se lo pida ¡Solo tienen dos o tres años! Eso quiere decir que cada uno, según su personalidad y según lo que le haya deparado su historia, se va marcando sus roles desde que comienzan las relaciones sociales, o sea, en la escuela. La preocupación de María es encontrar el método para corregir estas "insignificantes" injusticias, que normalmente pasan desapercibidas para los adultos -"hay que ver cómo son"-, no solo poniendo en su sitio al abusón sino tratando de que los perjudicados hagan valer sus derechos y creando un ambiente de convivencia en el que no tengan cabida dichos comportamientos.

Está claro que siempre ha habido líderes negativos, matones, abusones o personajes de ese pelo que se han tomado la vida y las propiedades  de los demás como algo a su entera disposición, para divertirse o para enriquecerse o para disponer de siervos incondicionales que les acompañen en sus planes. Esos mismos, que disponen del correpasillos de otro sin preguntar, pueden llegar a ser los mismos que quieran disponer de una mujer para lo que sea -y si no que se prepare- o los que estén dispuestos a aprovecharse de la indefensión de un emigrante para reventarle a trabajar sin contrato, o los que han desfalcado bancos y se han llevado por delante los ahorros de personas humildes... y suma y sigue. El acoso no es escolar: se detecta en la escuela por ser el primer lugar de socialización en nuestras sociedades. Es necesario ponerle nombre y hacerlo visible en sus apariciones embrionarias y establecer cauces educativos para una intervención preventiva, pero siempre siendo conscientes de que la escuela no puede ni tiene que arreglarlo sola. El hecho de que este fenómeno llegue a ser alarmante y vaya creciendo no deja de ser un indicador más que saca a la luz el fracaso educativo de las familias, de la sociedad, de los medios de comunicación, de los poderosos recursos de la información mal usados... Hay que empezar detectando las raíces y eliminándolas antes de que aparezca las malas hierbas que, como dice el refrán, nunca mueren. 


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