sábado, 6 de septiembre de 2014

El otro cáncer de la enseñanza pública

Hace tiempo escuché una conferencia de una de las profesoras que participaron en la programación de la LOGSE. Me llamó la atención el que, a la hora de hablar de las dificultades que se habían encontrado al desarrollarla, señaló entre las principales el estatus del profesorado. Es verdad que la enseñanza pública tiene, ante todo, otro tipo de amenazas, por si ésta fuera poco, que le viene de fuera -el pitorreo de los cambios de leyes, la falta de respeto y de consideración sociales, los ratios, los sistemas de adjudicaciones...- pero no se puede reducir la problemática a temas de este estilo, ni parapetarse en ellos para no querer ver lo que pasa por dentro. Después de una buena cantidad de años trasteando entre institutos y colegios de primaria, facilitado por el trabajo que he estado desarrollando, me he ido percatando de que esa "dificultad" está tomando carácter de un cáncer, que amenaza con irse comiendo poco a poco las células vivas del mundo de la enseñanza y que acabe con la viabilidad de la misma, si se la suma a las amenazas externas.

En todo lo que voy a decir no intento englobar al profesorado en general. No hace falta ser ningún perito en pedagogía para distinguir los tipos de profesores o de maestros y maestras. El problema está cuando se van dando una serie de condiciones que consiguen que los sectores pasivos y recalcitrantes de dicho profesorado vayan bloqueando a los que siguen con ilusión su profesión e intentan innovar y mejorar sus funciones educativas. Citando al profesor Santos, de cuyo blog soy seguidor, suele contar en sus conferencias que cuando llega uno o una al equipo y comienza a hablar de mejorar, de nuevas iniciativas ... de inmediato se encuentra con 27 puñales preparados para acabar con él o ella. Y no es broma. El funcionariado, como casi todo en la vida, no es ni bueno ni malo en sí, sino cómo lo ejerza la persona que lo tiene. Ofrece una seguridad y unas garantías para conseguir profesionalidad y estabilidad en la enseñanza, pero se puede hacer de estas virtudes un escudo para poder abusar de los privilegios que confiere y darse, lo que se suele decir, la buena vida: vivir de las rentas, a mí que no me metan en líos, en mi clase lo que me dé la gana, a mí que no me vengan los padres... 

Algunos ejemplos. He podido escuchar a profesoras decir sin el menor rubor que lo de las nuevas tecnologías no va con ellas y que no piensan molestarse en aprenderlas ¿Es posible que sigan en una escuela para el siglo XXI? Otra frase recurrente, que me ha tocado escuchar en demasiadas ocasiones como declaración de intenciones, es "la escuela no es mía"... Tras lo que puede ser algo cierto, se detecta un desapego larvado a su trabajo, al cuidado de los alumnos y a la asunción de responsabilidades. Todo un lastre que cada vez se deja notar más. En ese plan, ¿cuántos van a quedar para tirar adelante con el carro de la organización, de la mejora del servicio, de la innovación? He podido tener acceso a programaciones impresentables carentes de orientaciones y de objetivos claros, fruto más del corta pega y corrige fechas que de resultados de evaluaciones de mejora. Me da la sensación, a través de los comentarios escuchados, de que las horas que teóricamente se tienen que dedicar a la formación y actualización del profesorado se usan para otras cosas porque éstas tienen poco gancho... y se podría seguir con más detalles 

Otra lacra del mal uso del funcionariado, que está arropada por el corporativismo y la ley de mirar para otra parte, es la falta de control o la permisividad a la hora de ausencias, salidas y entradas a deshora. A esto hay que añadir que existe un sector al que se le permite utilizar arbitrariamente los derechos laborales -que los tiene que haber- sin intentar compaginar sus consecuencias con las necesidades concretas y reales del alumnado. Esta es otra de las situaciones que más favorecen la extensión de este cáncer: la enseñanza en estos momentos - y esto no me lo puede negar nadie- está programada, en un tanto por ciento altísimo de centros, en base a los intereses del profesorado y no pensando en el beneficio de los menores, cuando por ley, y por la lógica más elemental, el bien del menor siempre tiene que prevalecer.

Mi última preocupación es que dicho cáncer está desarrollando metástasis ¿Me puede decir alguien a qué se debe la pléyade innúmera de universitarios que se quiere dedicar a la enseñanza? ¿Cuántos de ellos y de ellas pasarían los filtros que exigen, por ejemplo, en el exitoso plan de estudios de Finlandia? Mi hija tiene muy clara la respuesta por lo que se comentaba en los corrillos del bachillerato: "es una carrera fácil y te puedes hacer con un puesto fijo de por vida y, viendo a muchos de los que nos han dado clase, se puede vivir sin dar un palo al agua, pero están locos porque no saben en la que se van a meter" ¿Qué se puede esperar para mejorar el futuro arrancando con estas motivaciones básicas de la "vocación" de enseñante -porque ni me atrevo a decir de educador? Espero, de todos modos, que haya también otros y otras convencidos de lo que van a coger entre manos.


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