domingo, 6 de octubre de 2013

Jóvenes y violencia

Está a la orden del día el ver u oír en los medios de información y en los comentarios de la calle quejas, hechos más o menos escandalosos y hasta estadísticas sobre los comportamientos violentos de los menores. Creo que antes de preocuparnos de esto habría que empezar por otro tipo de comportamientos previos que se van tolerando inconscientemente, más dejación que por ignorancia, creo yo. No hace falta ser ningún entendido para observar que en las relaciones entre iguales de los y las menores se hace sentir una dosis considerable de agresividad que cada día parece ir en aumento. También comienza a es normal ver cómo unos mocosos se plantan ante sus padres y les dan auténticas órdenes, a parte de las rabietas típicas de los pequeños. Y esto no acaba ahí, se está llegando al extremo de que ya hay programas terapéuticos para las familias de los y las adolescentes que agreden a sus padres, lo que indica a las claras que debajo de esos casos declarados existen muchos más que por diversas razones se prefiere mantener ocultos. La carnaza que varios canales de televisión se han encargado de echar al público a raíz  de estos temas solo ha servido para el aumento de su cuota de audiencia a base de airear las miserias de personas y familias a las que han podido terminar de destrozar sus vidas. Por lo demás,  no entiendo cómo pretenden hacernos creer que son válidas esa soluciones mágicas que de la noche a la mañana consiguen unos superprofesionales que lo saben todo .

Me he encontrado, al respecto, con un artículo de Leonardo Boff que da luz ante los porqués de esta violencia que se refleja en los menores pero que anida en toda la sociedad, desde la familia hasta en las altas instancias sociales. Creo que da en el clavo cuando señala que uno de los factores que más está influyendo en este problema de la violencia es lo que llama el "eclipse de la figura del padre", apoyándose en las aportaciones del psicoanálisis. La figura del padre implica algo más que la presencia física del padre en la convivencia familiar. Es esa función imprescindible para el ser humano que marca las normas, señala los límites y, sobre todo, aporta la seguridad que necesitamos hasta conseguir nuestra autonomía. Hoy ya nos está tocando vivir una nueva sociedad de familias divorciadas, separadas, monoparentales, recompuestas... Está claro que en estas situaciones esta figura puede quedar desdibujada, totalmente ausente o, en el caso de nuevas parejas, contraproducente. Pero hay otro fenómeno que se está extendiendo y es más peligroso: la ausencia  de esta figura  cuando los padres están presentes en la vida familiar. Resulta más fácil dejar pasar, no tener enfrentamientos, conceder todo lo que los hijos piden... pero esa actitud, a la larga, acaba creando dependencia e inseguridad. 


En mi experiencia de educador he podido comprobar, más allá de las teorías, que muchos comportamientos violentos, agresivos o antisociales, son fruto y signo de una debilidad e inseguridad personal. Algunos chicos, de los que me tuve que hacer cargo en un hogar de acogida, eran el terror de los compañeros en la calle y la pesadilla de la policía municipal. Sin embargo, aquellos mozalbetes eran incapaces de dormirse sin la luz porque tenían pánico a quedarse a oscuras, o tenía que contarles historias e, incluso, no me quedaba otra que airear algún que otro colchón a la mañana siguiente por las incontinencias urinarias impropias de su edad. En la última etapa de mi vida laboral de educador también he podido comprobar, incluso estadísticamente, que un porcentaje elevado de los alumnos, que se quedan marcados por el fracaso escolar o que mantienen comportamientos absentistas y disruptivos en los centros escolares, provienen de familias en las que éstos han superado a los adultos responsables lo que, en vez de darles más fuerza, los deja seriamente debilitados para encarar su futuro. Las intervenciones que se pueden aportar desde las instituciones públicas para paliar estas situaciones se quedan muy limitadas si no cuentan con algún referente mínimamente sólido en la familia. A los que nos hemos batido el cobre en esas batallas al menos nos queda el consuelo de que, para bastantes de ellos, nuestras aportaciones les hayan podido servir de factores resilientes para encaminar su vida. Contra este problema no queda otra, así que plagiando lo que decía aquel grupo punky de cuyo nombre no quiero acordarme "mucha policía, poca educación... un error, un error!!"

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