Ayer mientras hacía cosas en casa escuché en la radio que a El Canto del Loco le habían concedido algún premio y pusieron la canción de Peter Pan. Esta me trajo a la memoria los encuentros sorpresa que había tenido hacía poco con X. Según atravesaba la Herriko Plaza para ir al ayuntamiento, sentí que alguien estaba a punto de atropellarme con un patinete de esos que no tienen una tabla, sino que parecen articulados. El individuo en cuestión me saludó en plan simpático. Me quedé cortado porque en principio no lo reconocía, hasta que me di cuenta de que era X. Hacía como 2 ó 3 años que no le había visto, aunque siempre había preguntado por él a sus antiguos compañeros del hogar que siempre me contestaban que apenas salía y que no sabían gran cosa de él. La última vez que me encontré con él fue en un portal de la calle Arana. Iba yo a hacer una de mis habituales visitas a la familia de un absentista y allí estaba haciendo las prácticas de final del CIP con un fontanero. Luego me enteré de que había tenido algún trabajillo más pero que lo había dejado porque el jefe le tangaba y le pagaba a medias, según su versión.
Me quedé realmente atónito contemplándole. Además del susodicho patinete llevaba unas gafas de sol muy fashion y su vestimenta era de marca desde la camiseta hasta unas deportivas de caña con una forma especial. Un chaleco con bolsillos perfectamente conjuntado con su pantalón pirata le daba un aire de cierta importancia, así como la barba informal que se había dejado. De todos modos el cambio de luk no incluia la higiene y los alerones le cantaban a distancia, se notaba que ya no estábamos encima de él. En nuestra breve conversación pude comprobar que no trabajaba y que el poco tiempo que había estado contratado no le daba para cobrar el mínimo del paro, lo cual no encajaba para nada con su vestimenta. Seguí tirándole de la lengua y me enteré de que vivía con su madre y con su novia en la casa de su madre. Su hermano mayor, al que considerábamos todo un Peter Pan en el hogar, se había instalado por su cuenta fuera de Barakaldo y su hermana menor seguía viviendo con los familiares que la habían criado desde pequeña.
Las cuentas, en base a lo que me decía, quedaban claras. La madre trabajaba, la novia trabajaba y él les hacía compañia y andaba por ahí. Eso sí, cuando su chica terminaba el turno de cajera en el supermercado él estaba como un clavo esperándole en la puerta. Y se quedó tan pichi cuando me lo contó, como quien se siente muy feliz de estar cumpliendo su cometido en esta vida. Siempre había tenido un punto de vivir fuera de este mundo, pero en vez de crecer en madurez comprobé que se había disparado su infantilismo. X era el segundo y estaba en medio de un hermano mayor que era un engañador nato y que hacía lo que quería con su madre y de una hermanita que era una pocholada que con sólo mirarte te derretía. Sorbía los vientos por ganarse la atención de su madre, pero para ella era como un criadito y no le hacía ni puñetero caso. En cuanto ésta pudo y con la disculpa de su separación se lo quitó de encima y acabaron los tres en el hogar municipal, aunque en momentos diferentes.
X siempre arrastró el fantasma de la culpa porque creía que él era el responsable de la separación de sus padres. Trabajamos mucho este aspecto con él pero creo que lo llevaba tan arraigado que no adelantamos mucho. Desde pequeño fue el responsable de cuidar a su hermana pequeña, hasta que entraron al hogar. La levantaba, le preparaba el desayuno, la llevaba y la traía de la escuela. Al año de estar en el hogar una familia la acogió, pero, aún así, X tuvo que seguir en el hogar porque su madre no quiso hacerse cargo de él. A pesar de eso, ninguna comida del hogar estaba como las que hacía su madre, ni ninguna compañera cosía ni planchaba como su madre... era el no va más. Su paso por el instituto fue tortuoso y muy conflictivo. Volcó en el aula toda la rabia que llevaba tapada y llegó a conductas agresivas impensables en aquel calamidad que teníamos por un mosquita muerta. Acabó haciendo fontanería en Lutxana, pero, como pude comprobar, no le ha servido de mucho porque sigue sin fuerzas para echarle arrestos a la vida.
Aquí no acaban todas las sorpresas. A la semana de nuestro encuentro se presentó en el departamento para saludarnos a los que habíamos estado en el hogar con él. Después de los saludos de rigor, llegó la pregunta del millón. Quería saber los datos de la empresa que nos llevó a Morillo de Gállego en unas vacaciones de Pascua para hacer deportes de riesgo. Había conseguido que su madre se comprometiera a llevarles allí para hacer lo mismo que disfrutó cuando estaba en el hogar. También nos adelantó que quería volver a Port Aventura y a Terra Mítica. Cuando se fue, mi compañera y yo nos quedamos a cuadros y haciéndonos cruces: era más insconsciente que cuando le perdimos de vista. X estaba intentando vivir la infancia robada, esta vez no solamente arrancando la atención de su madre sino con el plus de la novia. El problema es que a los veintitantos años no se puede estar viviendo en los mundos de Peter Pan, y más contando con una madre que no es de ningún modo recomendable como hada madrina . Este mundo cruel te puede bajar al polvo de las maneras más imprevistas y despiadadas. Entonces el tortazo es de tal magnitud que ya no se puede salir ileso para el resto de la vida.
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