Hace dos días firmé en una de esas páginas, que nos llegan por el correo electrónico, que invitan a firmar alguna protesta o alguna iniciativa nueva para presionar con esas firmas a algún personaje ilustre o a alguna institución. No es costumbre mía hacer esto pero lo de estos días pasados me parece que ha sido un salto atrás en la historia de dimensiones seculares y no me he podido resistir. Las afirmaciones de Benedicto XVI sobre los condones y el sida parecen salidas del seno del más rancio dogmatismo y escolasticismo medieval. ¿Dónde ha quedado la mente lúcida del teólogo Ratzinger?
He puesto con toda intención su foto con mitra por aquel dicho malintencionado que inventaron algunos seminaristas cabreados con su obispo "la mitra es el apagavelas de la inteligencia". Pero lo de ésta vez se sube de tono. Parece que al papa se le han sumado las mitras de obispo, la de arzobispo, la de cardenal y la tiara pontifical de un solo golpe. Esas declaraciones están dichas como sentencias definitivas hechas por alguien que se siente investido de una autoridad sobrenatural que le otorga la posesión de la verdad absoluta en todos los aspectos de la vida. La infalibilidad se les ha subido a la cabeza a los jerarcas y nos transportan a las épocas en que Galileo, Copérnico o Darwin fueron condenados porque sus descubrimientos científicos contradecían a la Biblia.
Ahora resulta que el papa dictamina sobre cómo atajar una pandemia del volumen del sida en Africa y decreta que el contiente entero tiene que practicar la abstinencia, si no, además de la condenación eterna, tendrán que acarrear con tan terrible enfermedad. Me gustaría hacer un camino inverso para intentar barruntar de dónde les viene a los jerarcas, y al sumo pontífice primero, esta obsesión por condenar el condón sabiendo -porque lo saben- el riesgo que supone decir que su uso aumentará los problemas. Habrán partido, quiero suponer, del principio fundamental de la moral sexual que predican: todo acto sexual debe estar destinado a la procreación, si no será pecaminoso. Por ende, todo método anticonceptivo es perverso desde su raíz. Por tanto, hay que hacerle lo posible para evitar su uso.
De este modo se es coherente con los principios fundamentales pero no se parte de la realidad concreta y sangrante de un continente machacado por la pandemia. No se tiene en cuenta la labor de muchas ONGs y de otros programas de instituciones oficiales que están luchando contra la ignorancia y contra la miseria que asolan a millones de africanos y contra el caciquismo y la brutalidad instalados en muchos de sus gobiernos que dificultan o imposibilitan su desarrollo. Entonces por salvaguardar la pureza de la fe y la moral católicas entra su santidad en Africa como un elefante en una cacharrería.
Sin embargo, más allá del tema en sí del uso del preservativo, hay un problema de fondo en todo esto que, como católico, me afecta a otro nivel más personal. Una vez más me tengo que sentir indignado por la jerarquía, porque me hace sentirme avergonzado de pertencer a su misma iglesia. No me cabe en la cabeza cómo en este siglo y en este mundo globalizado se puede mantener posturas tan dogmáticas y tan autistas ante la realidad, y menos aún tratándose de un personaje del nivel intelectual de Joseph Ratzinger. Estoy totalmente de acuerdo con Boff en que la jerarquía católica, sobre todo la institución papal, está sumergida en lo que los griegos clásicos llamaban hybris, esa soberbia que hacía que los hombres se creyesen como dioses y que acababa llevándoles a su destrucción y a la de su mundo. Personalmente me dan pena a la vez que me repugna contemplar cómo, creyéndose los únicos poseedores de la verdad, se aferran al poder y sus prédicas se orientan principalmete a mantener el dominio, más allá del ámbito eclesial, sobre las personas y sobre la sociedad.
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