¡Cuatro, con el un, dos, tres. Cuatro con...! Es posible que todos recordemos esta escena de la película El libro de la Selva. Quiero que nos preguntemos qué pasaría si el director de la manada no fuera el macho mayor, sino el elefantito que debe ir agarrado a la cola de su madre para no perderse. No tendría sentido porque sería ir contra la naturaleza y los animales se rigen por el instinto de que ésta les ha dotado para sobrevivir. Tal como va la sociedad -al menos en nuestro entorno- tendrem0s que reconocer que los humanos tenemos un problema más por no estar atados al instinto y tener libertad.
Resulta que estamos invirtiendo las leyes de la naturaleza permitiendo que sean los niños y, sobre todo, los adolescentes quienes dirijan la vida de las familas, de los centros escolares y, no sabemos en cuánto tiempo, la vida social en general. Pero las leyes sociales de la naturaleza son tan reales y tan rígidas como las físicas. De la misma manera que me estamparía contra el suelo si me tirase por la ventana pretendiendo ser un pájaro, nos vamos a estrellar si no corregimos entre todos esta trayectoria, que ya empieza a ser un clamor subterráneo -quejas, comentarios de bar o de peluquería, denuncias...-, pero que hay que traducirlo en compromiso colectivo.
Traigo esto a colación en relación a una noticia reciente que ha dado mucho que hablar. Un juez ha condenado a una madre a unos meses de cárcel y estar alejada de su hijo por haberle golpeado. El fiscal va a recurrir la sentencia porque le parecen pocos meses. Al parecer un profesor vio las marcas del chico y cursó la denuncia, con lo que cumplió con su deber. Hasta aquí todo bien. Luego vino lo de aparecer en la tele el niño llorando, los vecinos manifestándose en favor de la madre, comentarios... Una vez más lo que se destaca en estos temas es el morbo y un problema tan grave queda reducido a espectáculo y a ganacias, como otras tantas cosas a las que nos tienen acostumbrados la prensa y los programas basura, tan exitosos hoy en día.
Claro que uno se entera luego de cómo fue la historia y no puede salir de su asombro. Parece ser que el infeliz angelito de 10 años no quería hacer los deberes -hay que ver a qué torturas se le someten a estos infantes-. Ante la insistencia de la madre, con bronca incluida, el niño le tira una zapatilla y se encierra en el baño. La madre intenta sacarlo a la fuerza para que no se escaquee. Entre el forcejeo y los golpes le hace sangrar porque se da contra el lavabo. La cosa no es como la pintaban, por lo que se me ocurren una serie de preguntas un tanto espinosas.
¿De qué se está defendiendo al niño de una madre exigente, de estudiar para formarse, de cumplir con su deber, de tener que esforzarse...? ¿Quién le va a defender al niño de sí mismo? ¿ Cuando el niño pase a ser adolescentes quién le va a hacer estudiar o cumplir o respetar o aguantar en clase ante semejante desautorización?¿No ha quedado más indefenso ahora que no va a tener quién le marque los límites y le eduque a respetar las normas, además de cuidarle? ¿Qué se ha adelantado condenando públicamente a la madre por ejercer su función educadora, aunque en un momento dado se haya equivocado? ¿No habría que condenar también a los padres y madres que permiten a sus criaturas hacer lo que se les canta por no atreverse a llevarles la contraria, por ahorrarse broncas, por querer "ganárselos", por despreocupación...y, encima, les dan todo lo que piden por esa boquita? ¿Por qué nos rasgamos luego las vestiduras ante la falta de autoridad de los profesores, de los padres, de los agentes públicos o ante las faltas de respeto a los adultos? ¿También habría que condenar al niño por desobedecer y agredir a la madre?¿Cuántos recursos de pedagogía especial más van a tener que poner en marcha las instancias públicas para contolar a los menores que pasan por encima a sus familias?
En mi tarea de responsable del programa de absentismo de Barakaldo nos estamos encontrando con cantidad de estas familias. Algunas encubren estos problemas, otras nos dan la razón como a los locos para seguir pasando del tema y, las menos, piden ayuda, aunque sea tarde. Sentencias como ésta reflejan un sentir social que me parece preocupante porque, por una parte, confunde respeto o protección del menor con impunidad y, por otra, se refugia en el miedo a las denuncias o a la opinión pública sobre el castigo para lavarse las manos cuando se nos exige el compromiso de poner las cosas en su sitio.
Es algo habitual el quejarnos mucho y pasarnos la patata caliente: los padres a los profesores o a las autoridades -eclesiásticas y civiles-, éstos a los padres, los ciudadanos que ven las tropelías y se las callan para no "meterse en líos"... Al final, en este plan más de una generación se nos está yendo de las manos a los adultos, que somos los responsables de guiar a la manada. De aquí la pregunta del título: a dónde nos están llevando, a dónde conducen las actitudes pasivas ante la educación de los menores, el llenarles de cosas para contertarles sin exigir nada a cambio...
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