martes, 2 de enero de 2024

Adiós 2023


 Al final no fue tan fiero el león como lo pintaban y, aunque el 31 amaneció con el suelo mojado, el frente había pasado de puntillas y no hubo tanta lluvia ni viento. De todos modos, creo que la jornada del 30 fue un acierto, aunque hubiésemos tenido la osadía de adelantar la despedida ¡Qué demonios, que nos quiten lo bailado! Un paseo con el suelo alfombrado de otoño, con un ambiente fresco dentro de una vegetación generosa, con un sol radiante y un cielo azul brillante, con un ambiente inmejorable de humor y compañerismo y todo ello firmado con una jamada de pantalones largos. Se puede comprobar en la nube de fotos con que se ha ido cargando nuestro grupo de whatsapp, incluidos los marcos especiales "made in Lucía".


    Fuimos doce -un número muy apostólico, pero solo cuatro varones- los que tuvimos la posibilidad de librarnos de obligaciones o compromisos para poder disfrutar de la jornada. Bueno, puede que alguien también se quedara en casa por pereza. Con puntualidad británica llegamos a la parada de Abando para coger la línea 9 de Bilbobus. Llegados a Sta. Marina, y con el respeto debido al ambiente hospitalario, iniciamos la subida a El Vivero. Tuvimos que andar con cuidado por la nube de ciclistas que nos fuimos cruzando en todos los trayectos del camino, en ambas direcciones. A las once pasadas ya estábamos arriba. Es una subida bastante tendida sin fuertes desniveles o repechones. 


    El grupito de rapidillos ya nos tenía seleccionada mesa nada más llegar. La zona elegida era la que está a la parte trasera del bar y de los servicios del área recreativa y, por supuesto, a pleno sol. En un abrir y cerrar de ojos organizamos el zafarrancho. Había dos mesas contiguas, así que en la primera dejamos mochilas, bastones o abrigos. En la segunda se fueron desplegando las tarteras, los paquetes, los platos y el resto del ajuar de campo. Pero... ¡Oh despiste! Varias personas dijeron que habían pensado en llevar mantel... menos mal que Fernan sacó un periódico, que hizo esa función. Ni tan mal, porque, con la llovizna de la tarde anterior y el relente de la noche, tanto la mesa como los bancos estaban empapaditos. No quedó otra que hacer el picoteo de pie, que, por otra parte, da más juego para convivir, pasarse cosas y moverse.


Creo que nos quedamos mirando la mesa repleta por todas las viandas, sin contar los postres y que más de una pensó que a ver qué se iba a hacer con las sobras. Infeliz, ni las raspas: se dio buena cuenta de todo, salado y dulce, dos botellas de vino, una de cava y el botellín de pacharán más la petanca con orujo de Fernan, que pretendía que bajáramos rodando. 

    Para terminar el evento siguieron los cantos animados por nuestro cantor oficial, incluso nos vinimos arriba con un par de villancicos, como consta en los vídeos del grupo. Nada, que no terminábamos de arrancar de lo a gusto que se estaba: más fotos personales, por parejas y, sobre todo, se repitió las de mujeres y hombres separados, como en la mina Picui.

    Calculamos que llegaríamos sin necesidad de correr al tren de las dos y pico. La bajada a Lezama fue tranquila y amenizada, como en ocasiones anteriores, por los fieros perillos  del casoplón que tiene la casita de juguete. Tuvimos que esperar solo un cuarto de hora, o así, pero en el metro tuvimos más suerte y la espera fue corta. Como siempre, nos fuimos despidiendo en las diversas estaciones y hasta el año próximo en el que habrá "más pero no mejor, porque eso es imposible", como suele decir Guayomin.   


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