miércoles, 7 de septiembre de 2022

La sorpresa de las vacaciones

 


Como dejé escrito en la entrada anterior, participamos en una excursión organizada por la comisión de fiestas de Santa Gadea por la zona de roquedos del municipio. Previamente asistimos María y yo a una conferencia en la casa de cultura sobre los hallazgos arqueológicos en nuestro territorio y en los municipios colindantes. Los intervinientes pertenecen a una asociación que investiga petroglifos en Valderredible y territorios colindantes. Llevan muchos años sacando a la luz una gran cantidad de los mismos pertenecientes a diversas épocas y continúan incombustibles en su tarea investigadora a pesar de que, tanto desde Cantabria como desde Castilla y León, las autoridades competentes no le hacen aprecio a este patrimonio prehistórico. Esta costumbre de incluir alguna actividad cultural en el programa de las fiestas patronales es algo que nos gusta y que solemos acudir asiduamente todos los años. 


Allí estábamos como clavos a las 9,30, hora de salida. Nosotros habíamos ido andando ya desde Quintanilla, pero tuvimos que estar esperando hasta las 10,15 a que la comitiva se pusiera en marcha. Por un momento llegamos a pensar que se iba a suspender porque solo estábamos uno de los guías y cuatro personas, cosas de la vida en el verano. A poco de arrancar por un sendero, en el que nunca me había fijado porque parecía que iba solo a algún prado, nos encontramos con un humilladero perdido debajo de una peña. Casi nadie conocíamos su existencia. Eso quería decir que por allí antaño pasaba un camino importante. Nos dijeron que era un camino real que unía Valderredible con el puerto de El Escudo, que debía ser muy concurrido. En efecto, en la roca arenisca del suelo han quedado petrificadas las rodadas de los carros, que pudimos contemplar en diversos tramos.


Tuvimos que atravesar diversas vallas y alambradas para pasar los prados y luego nos dirigieron a las primeras rocas. Intentaron recordar que allí habían visto unos grabados en el suelo, pero por más vueltas que dimos no los vimos. Nos dieron algunas instrucciones para saber distinguir los grabados de los efectos de la erosión. A partir de ahí ya todo fue sobre seguro: el muñeco, el ídolo, las pinturas de la cueva y otras inscripciones más indefinidas. Seguimos las rodadas, tras atravesar un grupo de impresionantes rocas degradadas que nunca habíamos visto, para acceder a Hijedo. Antes hubo un motín en la tropa que, en un momento dado y sin previo aviso de la organización, se sentó a papear.
Fue de lo más pintoresco un grupito con quiso tomar nada, otros comimos lo típico de las salidas senderistas y dos conjuntos sacaron de todo hasta tortilla y bota. Luego llegaron las cuestas arriba y hubo desinfle entre sus filas.



Al pie del aparcamiento de la entrada a la cabaña de Hijedo, nos detuvo el guía ante un abrigo y pudimos contemplar otras grabaciones de animales. Éstas estaban mejor marcadas que las anteriores y son más visibles. Según nos explicó el guía, eso tenía una explicación muy sencilla: estaban hechas con puntas de metal, las otras, más antiguas, con piedras afiladas. El siguiente lugar era la Chernolica. Uno de los parajes que más me gustan por la forma y el color de sus peñas. Resulta que había pinturas rupestres en un recodo comido a  la roca y perdido entre maleza.

Estuvimos viendo las pinturas y un cuenco picado en el suelo. Después sin más carretera y a casa, que ya se había hecho tarde.

El guía me comentó que allí mismo había un podoglifo -marca de un pie- y me señaló la roca de lejos. A la semana siguiente, volvimos María y yo para poder sacar fotos a las pinturas con tranquilidad, porque en el paseo éramos muchos en un espacio muy pequeño y no se trataba de entorpecer. Me empeñé en buscar el podoglifo y dimos con él, aunque nos costó más de media hora dando vueltas a la roca. 


Tengo que agradecer a los organizadores de estos eventos haber podido disfrutar de una experiencia increíble y sorprendente, porque no teníamos ni idea de la existencia de este yacimiento arqueológico. Sentí una emoción profunda a contemplar las huellas de humanos que vivieron allí hace 5000 o 2000 años, o las de los carromatos medievales. Estoy seguro de que voy a volver a visitarlos y de seguir buscando otros más, porque, según nos dijeron, lo de ese día solo fue un aperitivo. Pues yo no me quiero perder el resto del banquete.





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