lunes, 22 de junio de 2020

50 años más tarde

El viernes 19 tuve la ocasión de disfrutar de la mejor despedida del confinamiento que me pudiera imaginar. Después de cincuenta años nos reunimos los componentes de un equipo de fútbol que tuve la suerte de formar en mis tiempos de profesor en le colegio salesiano de Cruces,que entonces se decía de Burceña. Todo comenzó en 1971 cuando el Athletic inauguró los campos de Lezama. Convocó un campeonato abierto para que equipos  infantiles o juveniles de clubes o colegios se presentaran, con vistas de poner en marcha una captación de valores para la cantera, que en adelante tendría allí su sede.

Fue una aventura increíble porque partimos de cero. En unas conversaciones de patio algunos alumnos comenzaron a sugerirme que nos presentáramos. Les contesté que cuando contasen con la gente suficiente me avisaran. El resto corría  de mi cuenta. Pues en menos tiempo del que me había imaginado se me presentaron con la lista, a falta de buscar algún refuerzo más. A partir de ahí teníamos unos pocos meses para crear el equipo. En el colegio se contaba con un campo pequeño, como para jugar con siete  por equipo y con un suelo infame, lleno piedrillas, en el que caerse era un seguro de accidente y donde controlar el balón conllevaba un ejercicio extra. 

Era lo que había y con eso nos pusimos en marcha. Primero con partidillos para hacernos a la idea de qué teníamos entre manos y para ir creando ambiente de equipo. Luego vinieron los entrenamientos en plan más serios y las sesiones de pizarra. Estas fueron una ocurrencia que tuve para que cada cual tuviese bien claro dónde debería situarse y cuáles serían sus funciones. Cuando aquello comenzó a tomar cuerpo necesitábamos un nombre y unas camisetas. En aquel vestuario tercermundista se llegó a la conclusión que las camisetas tendrían que ser amarillas por los colores del Barakaldo C.F. y así el nombre sería Ori Club de Burceña -hoy tendría que escribirse Hori, entonces el saber algo de euskera era un lujo-.

Lo inmediato antes de presentarnos en Lezama era comprobar cómo nos íbamos a encontrar jugando en campos de medidas reglamentarias. Acordamos algunos partidos en el campo de los salesianos de Deusto y el resultado fue magnífico. Eso subió la moral de la tropa lo indecible y en Lezama seguimos con esa misma racha de victorias, hasta llegar a las semifinales. Nos tocó la eliminatoria con un equipo que llegaba bendecido por gente de influencia en el club, reforzado con fichajes ajenos y destinado a ser la creme del campeonato. No podían con nosotros a pesar de sus figuras, porque éramos equipo, una máquina bien engrasada. Lógicamente, perder no entraba en sus planes, así que el árbitro, que pertenecía a esa misma camarilla como se pudo comprobar más tarde, remató la faena. Así que quedamos los terceros, pero con la cabeza muy alta.

Entre dos de los componentes surgió la idea de volver a juntar al equipo. En cuanto se hicieron con una foto fueron recordando los nombres y buscando contactos, hasta que dieron conmigo. Fue toda una labor de detectives privados, larga pero efectiva. Se encontraron más fotos, me pidieron que hiciera una memoria de lo que fue aquello recogiendo mis recuerdos y el de los organizadores. Total que marcamos unas fechas para después de Semana Santa, pero "llegó el comandante y mandó parar". En este caso no fue Castro, sino el Covid-19. De todos modos no consiguió que nos diésemos por vencidos, y el día 19 nos juntamos en el Errekatxu, dado que el dueño fue uno de los defensas laterales del equipo. Algunos no pudieron venir, pero en ese tiempo conseguimos dar con algunos otros. 


Fue una auténtica gozada reconocernos de nuevo, cuando algunos no nos habíamos visto desde entonces. Yo me quedé encantado porque "mis chicos", ahora sexagenarios, estaban en plena forma. Y, lo mejor, no bastó ni cinco minutos para que se volviera a respirar el espíritu de equipo, que fue la barita mágica que nos había proporcionado tanto éxito y tanto disfrute. Además de la comida y la tertulia, el principal organizador -el kaiser, entre nosotros- nos entregó a cada uno una foto encuadrada y las memorias. Un remate final exquisito. Con momentos como éste merece la pena seguir viviendo. Va por ellos.

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