"A mi soledades voy
de mi soledades vengo
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero..."
Lope de Vega
Segundo era un hombre ya mayor que se dedicaba a hacer los recados del ayuntamiento del Alfoz de Sta Gadea. Tenía una moto pequeña de esas que no necesitan matrícula para sus viajes de una a otra población. Lógicamente también la usaba para sus paseos. Era una persona que con nosotros fue muy atenta. De estatura media, un tanto encorvado por lo años, tenía unos andares pesados y parecía arrastrar los pies. Lo suyo era pasar desapercibido. Vivía solo en una casa que, aunque de buen tamaño era de las más pequeñas del pueblo. No tenía familia ni familiares que conociéramos. La última vez que le vi estábamos tomando María y yo una cerveza en el bar de Sta. Gadea. El estaba en la mesa de al lado enfrascado en el periódico y ni se enteró de que le estaba saludando, lo que nos resultó en tanto extraño. En la siguiente ocasión en que subimos a Quintanilla no vimos humo en su chimenea cuando nos dimos nuestro paseíto de después de cenar.
"Las ánimas". Típica capilla para recordar a los difuntos. |
Resulta que los vecinos notaron que andaba cada vez peor y comenzaron a darle la brasa para que fuera al médico. Por fin el que me lo contaba consiguió acompañarle a la consulta del pueblo. En cuanto la doctora le observó mandó pedir una ambulancia. Otra vecina le acompañó al hospital donde le hicieron una operación de urgencia. Padecía un cáncer de colon pero al estar tan extendido no le sirvió de nada la operación. Murió al poco tiempo. Puede chocar que muriera de un cáncer del que se han recuperado cantidad de gente. Podríamos decir que si viviera aquí habría tenido incluso el recurso de los exámenes rutinarios que Osakidetza nos hace para prevenirlo. Sin embargo es más probable que un hombre solitario de sus características en una ciudad hubiese aparecido muerto cuando los vecinos hubiesen notado que no se le veía o que el olor a muerto fuera ya notorio.
Cada vez se habla más del problema de la soledad en las personas mayores. Es curioso, sin embargo, que en lugares que parecen perdidos y abandonados de la mano de Dios alguien solitario pueda estar más atendido que en el entorno urbano. Puede que en esos sitios, que a veces se contemplan con cierto desprecio desde nuestra vida acomodada, exista aún aquello de la vecindad incondicional de los antepasados. Y es que aquí vivimos en aglomeración pero en esa masa están diluidas un montón incalculable de soledades que son totalmente invisibles y, por tanto, muy difíciles de acompañar.
Descanse en paz |
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