Ya estamos de vuelta y quiero reencontrarme con mi blog haciendo una crónica informal o un resumen parcial de lo que ha sido o ha dejado de ser este verano. No quiero hablar de política, que ya vale con la que nos están dando. No hemos podido estar en Quintanilla tanto como teníamos pensado, ni hacer las excursiones que habíamos previsto, porque nos han surgido los inconvenientes y las adversidades que nunca están programadas pero que suelen presentarse sin que nadie las llame. Quizás lo más importante haya sido que, dentro de esos pocos días, hemos podido disfrutar de unos momentos intensos y relajados, que buena falta nos hacían.
Me han llamado la atención una serie de cambios o anomalías de nuestros convecinos alados. Han venido muy pocas golondrinas y al final de agosto han aparecido algunos vencejos. Las cigüeñas han estado hasta mitad de agosto, porque la siega se ha retrasado este año y ha habido hierba para dar y tomar. No han aparecido los jilgueros y solo he visto un par de tordos. Solo he oído piar al milano un par de veces. Por contra, este verano he escuchado retumbar en la oscuridad de la mata varias noches el grito del cárabo. Es algo que me pone la piel de gallina y que me hace recordar momentos de mi infancia: me encanta. A propósito de gallinas, Cinio ha estado varios días sentado cerca de éstas lo que quiere decir que el zorro ha vuelta a hacer acto de presencia.
En otro orden de cosas, teníamos unas matas de margaritas impresionantes, pero con un par de días de calorina aderezada con el ventarrón del sur se nos ha quedado apochaditas, así que María ha tenido que podarlas y sanearlas. También las lavandas se estaban poniendo feas, por lo que las he podado y las he repartido entre las vecinas y algunas amistades de aquí.
Lo he sentido mucho porque disfruto con el coro zumbón de abejas, avispas, abejorros y otros insectos libadores y les he dejado sin restaurante. Si todo va bien tendremos buena cosecha de avellanas, pero el peral tiene cuatro contadas y el ciruelo viejo es el que va a tener algo de ciruelas, el otro ha hecho huelga: se llevará una buena podada. El retoño de acebo que trasplantamos del bosque está en plena forma y tira muy bien. María le da muchos mimos. El junípero que está al pie de los puntales de la casa vieja está ya tomando posesión del espacio, aunque en su momento tuvimos miedo de que no iba a prender.
Los arbolitos, que quieren tapar la tapia de separación, están tomando cuerpo y ganando altura, a esperas de que las próximas nevadas no les hagan un destrozo similar al de los inviernos anteriores. El boj de la entrada está tomando forma y va a ser nuestro santo y seña: hemos decidido poner una placa en forja negra dando el nombre a nuestro refugio: EZPEL ENEA.
Solamente ha habido unos animalitos con los que no queremos convivir y con los que hemos sido implacables: las polillas en el txoko. Se habían metido en un lugar de acceso imposible y le hemos echado imaginación y ganas para taparles los agujeros e inyectar en la madera el veneno. Al final de la sesión a poco me mato yo, porque pisé mal en la escalera y di con mi cuerpo en el suelo. Aún estoy sufriendo las consecuencias del trompazo, eso sí, ha desaparecido el polvillo del suelo, por ahora que nunca se sabe.
Finalmente ya tenemos definitivamente instalado nuestro último homenaje al roble. Se trata de una cepa de raíces que había quedado al aire en la última saca de la mata. Lo nuestro nos costó subirla hasta el borde del camino, hasta donde se podía acceder con el tractor. Luci nos lo bajó hasta el patio y tras lucirlo ya está en nuestra campa. También está asentado sobre piedras rodadas traídas de la playa de La Arena. Somos parte de mar y parte de tierra adentro y queremos resaltar la importancia de ser fieles a nuestras raíces.
Me han llamado la atención una serie de cambios o anomalías de nuestros convecinos alados. Han venido muy pocas golondrinas y al final de agosto han aparecido algunos vencejos. Las cigüeñas han estado hasta mitad de agosto, porque la siega se ha retrasado este año y ha habido hierba para dar y tomar. No han aparecido los jilgueros y solo he visto un par de tordos. Solo he oído piar al milano un par de veces. Por contra, este verano he escuchado retumbar en la oscuridad de la mata varias noches el grito del cárabo. Es algo que me pone la piel de gallina y que me hace recordar momentos de mi infancia: me encanta. A propósito de gallinas, Cinio ha estado varios días sentado cerca de éstas lo que quiere decir que el zorro ha vuelta a hacer acto de presencia.
En otro orden de cosas, teníamos unas matas de margaritas impresionantes, pero con un par de días de calorina aderezada con el ventarrón del sur se nos ha quedado apochaditas, así que María ha tenido que podarlas y sanearlas. También las lavandas se estaban poniendo feas, por lo que las he podado y las he repartido entre las vecinas y algunas amistades de aquí.
Lo he sentido mucho porque disfruto con el coro zumbón de abejas, avispas, abejorros y otros insectos libadores y les he dejado sin restaurante. Si todo va bien tendremos buena cosecha de avellanas, pero el peral tiene cuatro contadas y el ciruelo viejo es el que va a tener algo de ciruelas, el otro ha hecho huelga: se llevará una buena podada. El retoño de acebo que trasplantamos del bosque está en plena forma y tira muy bien. María le da muchos mimos. El junípero que está al pie de los puntales de la casa vieja está ya tomando posesión del espacio, aunque en su momento tuvimos miedo de que no iba a prender.
Los arbolitos, que quieren tapar la tapia de separación, están tomando cuerpo y ganando altura, a esperas de que las próximas nevadas no les hagan un destrozo similar al de los inviernos anteriores. El boj de la entrada está tomando forma y va a ser nuestro santo y seña: hemos decidido poner una placa en forja negra dando el nombre a nuestro refugio: EZPEL ENEA.
Solamente ha habido unos animalitos con los que no queremos convivir y con los que hemos sido implacables: las polillas en el txoko. Se habían metido en un lugar de acceso imposible y le hemos echado imaginación y ganas para taparles los agujeros e inyectar en la madera el veneno. Al final de la sesión a poco me mato yo, porque pisé mal en la escalera y di con mi cuerpo en el suelo. Aún estoy sufriendo las consecuencias del trompazo, eso sí, ha desaparecido el polvillo del suelo, por ahora que nunca se sabe.
Finalmente ya tenemos definitivamente instalado nuestro último homenaje al roble. Se trata de una cepa de raíces que había quedado al aire en la última saca de la mata. Lo nuestro nos costó subirla hasta el borde del camino, hasta donde se podía acceder con el tractor. Luci nos lo bajó hasta el patio y tras lucirlo ya está en nuestra campa. También está asentado sobre piedras rodadas traídas de la playa de La Arena. Somos parte de mar y parte de tierra adentro y queremos resaltar la importancia de ser fieles a nuestras raíces.
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