Estamos estupefactos ante las elecciones austriacas, contemplando cómo no ha llegado a ser presidente de la nación un ultra que defiende la xenofobia, el odio al Islam y es euroescéptico por un puñado de votos. En este momento se podría hablar de dos Austrias. Un magnate que resulta que cuenta con el apoyo de un elevado número de papeletas procedentes de los obreros industriales. Claro que en Austria han visto pasar un millón de refugiados y se han quedado unos noventa mil, según las estadísticas oficiales. Un fenómeno similar al que vimos en Chicago, donde Tramp, que también quiere ballar su país, se llevó la mayor parte del voto obrero. En Francia también nos empezó a preocupar Le Pain en las últimas elecciones, aunque aquí ya se conocía de sobra su base social. Y así sucesivamente van surgiendo cabecillas en otros países europeos al mando de partidos ultras que inquietan cada vez más a las autoridades comunitarias. Algo de esto tiene que ver también el movimiento inglés para separarse de la Unión Europea. Aquí en España este tipo de extremistas no ha llegado a ser significativos aparentemente -a parte del lamentable espectáculo de la manifestación reciente en Madrid de doscientos ultras- aunque habría que analizar cuánto voto del PP está sustentado por gentes que añoran el pasado o por ultranacionalistas españoles.
Quiero decir con esto que debajo de los discursos oficiales de autoridades, partidos, sindicatos o de los estamentos intelectuales sobre los valores de Europa -la solidaridad, la convivencia, la tolerancia, la ética o temas similares- subyacen otras mentalidades u otros sentimientos, quizás ancestrales. Sin embargo florecen en cuanto se dan unas mínimas alteraciones del estatus en el ámbito social y económico, creando situaciones que nos retrotraen a historias o momentos lamentables que creíamos superadas en la historia. Pueden ser el miedo, la desconfianza o, por qué no, el odio, la venganza y el resentimiento por heridas mal cerradas. Resulta que ante situaciones de crisis económicas, de guerras, de sufrimientos injustos, de pobrezas extremas que obligan a jugarse la vida en una barquichuela, a la par que se ven repuestas generosas y solidarias, rebrotan virulentamente esos líderes hasta que, como estamos viendo, intentan instalarse en el poder. El problema está en que esas respuestas solidarias son contadas, si se las compara con esas minorías peligrosamente crecientes, que están dejando de ser minorías y silenciosas y están yendo a por todas, apoyando líderes o partidos de corte neonazi. Nos va a tocar lidiar con estos morlacos y no sé si estamos preparados, porque pueden aparecer donde menos lo esperemos y aún no conocemos las consecuencias que puede acarrear su presencia en los órganos de poder.
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