Después de varios sábados frustrados por el tiempo o por los inaplazables compromisos familiares, este pasado sábado nos hemos podido librar Juanjo y yo de los hados adversos que nos han tenido alejados de la montaña. El día estaba magnífico había nevado en abundancia durante la semana y luego había hecho raso, por lo que suponíamos que nos íbamos a encontrar con nieve dura a primera hora. Debidamente pertrechados nos encaminamos a Llonguéroz, un pueblo perdido en las estribaciones de Sierra Salvada del valle de Losa -a propósito, famoso por sus quesos. Los dos coincidimos, nada más arrancar el coche a las 7:45, en preguntarnos cómo nos íbamos a encontrar la carretera con la helada que había caído. Tuvimos suerte, a pesar de la escarchada la carretera estaba sin placas, incluso en el puerto, porque hacía varios días que no había llovido. Tras el despiste de rigor y la escasa o nula información de los carteles viarios, logramos dar con el pueblo. Aquí sí que tuvimos que sortear varias placas de hielo al entrar, en medio de una sinfonía de validos y de ladridos.
Como habíamos supuesto teníamos nieve y hielo nada más echar pie a tierra. Seguimos las indicaciones de la guía y encontramos enseguida la pista de tractores que debíamos seguir. Al principio se veía fácilmente porque estaba bastante pisada, pero, en la medida en que nos alejábamos del pueblo, no las teníamos todas con nosotros porque con la capa de nieve que había tendríamos que orientarnos a ojo de buen cubero. Fuimos siguiendo unas roderas que parecían de kart que, providencialmente, no estaban marcando el camino. A poco de comenzar me calé mi última adquisición: unas cadenas para las botas. Ya las había probado en la bajada del Eretza el miércoles pasado, pero esta vez me han acompañado todo el recorrido y tengo que reconocer que me vinieron de maravilla.
Fue la típica subida tendida y larga, y lógicamente nos la teníamos que tomar con calma porque no se anda igual con nieve. Cuando se acabaron las roderas ya pudimos orientarnos bien y al poco llegamos a la primera cumbre que nos habíamos propuesto: Mojón Alto, donde nos sacamos las fotos de rigor para dar fe de nuestro paso. Teníamos en el programa subir también a El Somo, pero vista la distancia resultaba que el tiempo previsto en el programa se nos quedaba corto porque íbamos a tardar bastante más de lo marcado. Así que estuvimos andando disfrutando del paisaje hasta que se nos hizo la hora y después del bocata en el único sitio en el que se podía asentar el culo nos dimos la vuelta. Al entrar en el pueblo vimos una casa con el cartel de Quesería. En la puerta rezaba una nota que advertía que hasta abril no se vendían quesos. Unos artesanos auténticos por lo que se ve.
Con todos esos ingredientes disfrutamos de una gozada de mañana. Un sol radiante que resaltaba más el manto de nieve y, curiosamente, acabamos teniendo calor aunque pisábamos nieve helada. Aún hoy me estoy dando crema en la clava y en la cara por la machacada solar que me llevé. A mí me resultó sorprendente contemplar el paisaje de la Sierra Salvada desde las lomas de la parte sur, ya que siempre hemos subido desde los farallones que dan Euskadi. Estábamos un tanto desorientados, hasta que a fuerza de identificar las cumbres que se divisaban nos pudimos situar. Una vez más, la montaña resulta ser como la vida misma. En cuanto se cambia de perspectiva o se mira desde otro ángulo, cualquier situación o cualquier persona, por muy familiar que nos parezca, nos aparece desconocida o, al menos, desconcertante.
Hace falta fijarse en las referencias que les rodean para poder identificarlas o entenderlas antes de dar algún paso en falso o de arriesgarse a emitir algún juicio rápido. También se me ocurre otro reflejo de la vida, al menos de la mía, en esta salida. Es conveniente, a veces imprescindible, contar en los principios con la huellas de alguien que ha ido por delante para ir haciendo nuestro camino o formando nuestra personalidad. Pero siempre llega el momento en que esas huellas desaparecen, o ya no nos resultan suficientes, y entonces es cuando nos toca arriesgar y seguir creando nuestro propio camino. Quién sabe si alguien por detrás lo podrá aprovechar. Aquí algunas fotos más.
Hace falta fijarse en las referencias que les rodean para poder identificarlas o entenderlas antes de dar algún paso en falso o de arriesgarse a emitir algún juicio rápido. También se me ocurre otro reflejo de la vida, al menos de la mía, en esta salida. Es conveniente, a veces imprescindible, contar en los principios con la huellas de alguien que ha ido por delante para ir haciendo nuestro camino o formando nuestra personalidad. Pero siempre llega el momento en que esas huellas desaparecen, o ya no nos resultan suficientes, y entonces es cuando nos toca arriesgar y seguir creando nuestro propio camino. Quién sabe si alguien por detrás lo podrá aprovechar. Aquí algunas fotos más.
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