Le he encontrado esta mañana cuando regresaba a casa sentado en un banco del parque. Le he hecho señas diciéndole que a esas horas tenía que andar. Me ha enseñado un tres con los dedos, o sea tres vueltas al paseo central del parque, y a continuación, con una sonrisa entre pícara y plácida, me ha dado a entender que estaba disfrutando del sol y del ambiente tranquilo de la mañana, que este invierno invertido nos está propiciando. Se está quedando sin voz y dada su edad le han dicho que no merece la pena operar. Aún así habla como con siseos y me recordado que le faltaba dar la cuarta vuelta . Tiene todo medido, esos son los cuatrocientos metros que se ha impuesto hacer cada día, con sus descansitos claro, eso sí a una velocidad de crucero digna de un caracol. Luego va a por el pan y a comer que ya ha abierto el apetito. Después de la siesta se pone un poco más elegante para ir a buscar a su novia y con ella hacer vida social: baile de jubilados, paseos, tertulias... Hasta que llega la hora de retirarse y ella le acompaña hasta la acera de enfrente del portal. Se despiden y le sigue con la mirada hasta que Antonio entra.
Antonio es todo un hombrachón de ochenta y muchos años. De joven tuvo que ser un mocetón apuesto y fornido. Aterrizó por aquí como uno más de su generación que huyeron de las penurias del campo de la meseta burgalesa. Trabajó nada menos que en el horno alto, ese que tengo en la primera de las fotos del blog, entre vagonetas, mineral, caldo y demás lindezas del oficio. Aún así se ha conservado bien. Tiene un humor y una sorna a prueba de bomba y es rara la vez que no consigue hacer reír cuando saluda. Hace unos veinte años que se quedó viudo, pero en un par de años se echó una novia que a día de hoy aún le dura. A pesar de la sencillez y del poco espacio en el que se desarrolla su vida -solo se va quince días en agosto si su hijo le lleva-, sabe disfrutarla y siempre deja la sensación de que nos va a enterrar a todos, porque derrocha ganas de vivir.
Como se suele decir, cuando sea mayor quiero ser como Antonio, que no necesita casi nada para disfrutar de lo que le quede de vida y va transmitiendo buen humor. Y es que me da la impresión de que en este mundo nos están volviendo locos para hacernos creer que no podemos vivir bien si no compramos, viajamos, comemos, salimos, hacemos yoga, gimnasio... cuando personas tan sencillas como Antonio nos ponen delante de las narices algo tan simple como disfrutar de la oportunidad de vivir y del cariño de los suyos, haga sol llueva o no, tomando a guasa las limitaciones que nos hayan tocado en suerte o los achaques propios de la pila, como él llama a su edad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario