He tomado este símil en el título de uno de los discos más famosos de los Pynk Floid. Decía Jhon A.T. Robinson que muchas veces las religiones se podían convertir en muros impenetrables que nos impedían llegar a Dios, cuando su misión supuestamente era la contraria. Uno de los factores que conforman ese impedimento es la intolerancia, que lleva a la exclusión de todos aquellos que, por debilidad o por discrepancias, no aceptan o no cumplen las normas que sus jerarquías dictan, tanto en el campo moral y social como en su credo. En España la iglesia católica cuenta con una jerarquía que se marca como principal objetivo sobrevivir, convirtiéndose en un grupo de presión -financiación pública, privilegios fiscales, influencias políticas, clases de religión...- e intentando erigirse en normativa moral para toda la población. De este modo, se está encontrando con que solo puede conseguir un rechazo mayoritario de ésta, una pérdida cada vez mayor de fieles, así como restar credibilidad a aquellos sectores de las comunidades creyentes que están comprometidas en la atención a los más necesitados.
Esta jerarquía está aún viviendo de las rentas o de los rescoldos de un pasado en el que el catolicismo era como una parte más de la identidad española. Pero aún no ha comprendido que la misión de una religión, ante todo y sobre todo, es facilitar a los hombres el camino hacia el encuentro con Dios, hacia su propia felicidad y hacia la convivencia justa entre todos, cosa imposible de conseguir por imposición, por dogmatismos o por liturgias vacías de contenido, aunque se les pretenda vestir de mucha pompa. Un ejemplo lamentable es el del obispo de Alcalá de Henares cuyas intervenciones públicas, ya sean homilías, declaraciones a la prensa o escritos episcopales, suponen cada una de ellas "otro bloque en el muro" del autoritarismo jerárquico. Sin ir más lejos, algo de su última declaración:
"Ha llegado el momento de decir, con voz sosegada pero clara, que el Partido Popular es liberal, informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado” como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista, que ha presionado fuerte para que España no sea ejemplo para Iberoamérica y para Europa de lo que ellos consideran un “retroceso” inadmisible en materia abortista."
Esta jerarquía está aún viviendo de las rentas o de los rescoldos de un pasado en el que el catolicismo era como una parte más de la identidad española. Pero aún no ha comprendido que la misión de una religión, ante todo y sobre todo, es facilitar a los hombres el camino hacia el encuentro con Dios, hacia su propia felicidad y hacia la convivencia justa entre todos, cosa imposible de conseguir por imposición, por dogmatismos o por liturgias vacías de contenido, aunque se les pretenda vestir de mucha pompa. Un ejemplo lamentable es el del obispo de Alcalá de Henares cuyas intervenciones públicas, ya sean homilías, declaraciones a la prensa o escritos episcopales, suponen cada una de ellas "otro bloque en el muro" del autoritarismo jerárquico. Sin ir más lejos, algo de su última declaración:
"Ha llegado el momento de decir, con voz sosegada pero clara, que el Partido Popular es liberal, informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado” como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista, que ha presionado fuerte para que España no sea ejemplo para Iberoamérica y para Europa de lo que ellos consideran un “retroceso” inadmisible en materia abortista."
No se puede ir, en un mundo pluralista y globalizado como éste en el que vivimos y nos movemos, condenando, desprestigiando y faltando descaradamente al respeto a todos aquellos que o no piensan o no viven como él decide que hay que hacer. Si debe responder a la misión de mostrar el camino que se considera auténtico, habrá que hacerlo acompañando, acogiendo, entendiendo y "poniéndose los zapatos "de aquellos a quienes pretende "salvar" o liberar de sus errores. Pero no se puede echarles al infierno a patadas y, menos aún, pretender que sus fieles les traten con esa misma actitud. Creo que, antes de nombrar a alguien obispo, habría que hacerle un examen de aptitud, basado en su sensibilidad, en sus cualidades y en las actitudes propias para ser pastor -que para eso se le nombra-, más que por sus títulos académicos y por sus simpatías o influencias en la curia.
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