jueves, 20 de marzo de 2014

El último de mis tíos

El sábado pasado murió mi tío Poli, un año y tres meses después de mi madre. Ha sido el único hermano que le ha sobrevivido y el último de ellos en morir. Siempre me he criado en el entorno de mi familia materna y apenas mantuve relación con la de mi padre, por diversos avatares de la historia. Mi madre tuvo que casi criar a sus hermanos en la dura época de la posguerra, por eso después se mantuvieron muy cercanos a ella y contando siempre con su "protección", así se fue convirtiendo en la matriarca de la familia. De ahí que mis tíos hayan sido muy importantes para mí, tanto por el cuidado con el que me trataron, como por el cariño que me regalaron a raudales.

El astillero de Euskalduna donde trabajó un tiempo
Hablar de mi tío Poli es retrotraerme a la infancia. Cuando venía a mi casa me sacaba de paseo y siempre me contaba historias. Su casa de Bilbao era la que más visitábamos  y yo me sentía en ella como en la mía. Poli procuraba jugar conmigo de mil maneras. Tengo gravada en mi mente una escena realmente desternillante cuando tendría 4 o 5 años. Tenía guantes de boxeo y me los ponía para desafiarme. Recuerdo que yo me empleaba a fondo, como si me fuera la vida en ello, y una de éstas se dejó caer al suelo fingiendo estar ko. Me imagino que estaría ya cansado y era la única manera de terminar. Yo salí exultante contándoselo a todo el mundo. Ya no puedo recordar cuantos  asaltos más le hice repetir a lo largo de mi infancia. 

Otro de los recuerdos, que he estado viendo como en una película durante el funeral, es la costumbre que tenía de llevarme de paseo por los bares en los que chiquiteaba con sus conocidos. Mientras ellos estaban a sus cosas, a mí me daban para entretenerme magurios o quisquillas, que entonces se ponían a la hora del poteo, lo que para mí suponía un auténtico banquete. En fiestas de Bilbao me llevaba a las barracas y a las atracciones y yo era el crío más feliz de la tierra, excepto un día en que me perdió de vista y hasta que me encontró las pasó de a kilo. Eso sí, en mis recuerdos queda una deuda por saldar, me prometió hasta tres veces que me iba a llevar a S. Mamés para ver al "Ateti", como él decía, pero aún lo estoy esperando. Qué le vamos a hacer, nadie es perfecto, como dijo el otro.

Posteriormente recuerdo que me hizo algunas visitas al internado, pero las distancias que nos fue poniendo en medio la vida y la historia han hecho que nuestra relación se haya difuminado. Ultimamente los fallos de su salud le hicieron perder un tanto la cabeza, desarrollando unos comportamientos que no tenían nada que ver con lo bonachón y humorista que había sido siempre. Igual que con los recuerdos del resto de mis tíos, quiero conservar en mi memoria lo mejor que he visto en él, sobre todo el cariño con que siempre me trató. Gracias por ti, Poli. Goian bego.



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