martes, 18 de enero de 2011

¡DÉJAME EN PAZ!


"Déjame en paz
que no me quiero salvar
en el infierno no estoy tan mal..."
(de la discografía de Víctor Manuel)




Conocí a Z en un campo de trabajo que hicimos con los Traperos de Emaús. Venía con sus dos hermanos mayores. Algunos de los participantes conocían a su familia por ser vecinos suyos y otros porque sabían que Cáritas de la parroquia les ayudaba. Así que hacían que participaban en el trabajo pero lo único que hacían era pasar el rato entretenidos y, sobre todo, sentirse acogidos por alguien. Eran, como se suele decir, perritos callejeros que se van detrás del primero que les arrasca la oreja. De todos modos Z era arisco y no daba pie a mucha cercanía, todo lo contrario de sus dos hermanos mayores. El mayor desempeñaba el papel del hombre serio y responsable de la casa y hacía de protector de sus hermanos. El segundo era un encantador de serpientes capaz de meterse en el bote al mismísimo Herodes.

El padre de Z le hizo 4 hijos y 1 hija a la madre y luego la dejó plantada con todo el tinglado. Esta es una mujer sin demasiadas luces y con pocos recursos, pero a base de hacer trabajos sueltos y de tocar todas las puertas de asistencia fue consiguiendo que aquel caos de familia no acabara con ella. Así que, entre otros muchos apoyos, consiguió que la asistenta social colocase a Z y al segundo en el hogar municipal donde yo había estado trabajando. Fueron incontables las veces que mis compañeras tuvieron que apagar fuegos en el colegio a cuenta de las movidas de estos dos piezas. Se hartaron de intentar poner orden en la casa de la familia, donde solamente recibieron coces y no les hicieron caso. Z les hizo la vida imposible en el hogar con su actitud, con sus fugas y con sus conductas disruptivas. Al poco tiempo acabó marchándose del hogar y cuando mis compañeros intentaron reconducir el tema, la madre se puso de parte de Z y les montó un pollo fino culpándoles de todo lo malo que le pasaba al angelito de su hijo. Hoy es el día que aún me mira esta buena señora de reojo y si intento saludarle vuelve la cara.

Intenté varias veces abordar a Z en la calle pero su respuesta era siempre invariable. En cuanto yo abría la boca, giraba la cara y me espetaba el "déjame en paz". A la tercera vez me lo tomé en serio y desde entonces no nos hemos dirigido ni la mirada. A estas horas ha tenido diversas entradas y salidas de la cárcel pues anda metido hasta el cuello en el tráfico de drogas. Sigue exhibiendo su tipo de matón de siete suelas a pesar de su corta estatura y con un careto de mala leche permanente que no hay quién le aguante. Así que para mí Z es el paradigma de los límites que encontramos los que, de alguna u otra forma, intentamos que los jóvenes con dificultades y con pocas oportunidades consigan abrirse camino en la vida con dignidad. Y es que eso de la inserción social nunca es una línea recta, sino un camino sinuoso y, sobre todo, se topa con barreras infranqueables como, por ejemplo, la libertad del ser humano que le puede llevar a su propia destrucción. En esos casos, como en el de Z, solo nos queda "hacer de notarios", esto es, levantar acta de los desastres aunuciados, pero sin desesperarnos porque, gracias a Dios, no todos son así. He traído al principio la cita de Victor Manuel porque, cuando Z me lo decía, yo lo canturreaba por lo bajo pero cambiando la letra: "Déjame en paz que no me quiero insertar, en la miseria no estoy tan mal..." Sobre todo si al fin de mes le cae a uno la renta básica.



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