Hoy se celebra el 20º aniversario de la caída del muro de Berlín. Hay al respecto multitud de comentarios, editoriales, recordatorios y conexiones con los eventos festivos que se están desarrollando. Hubiese dado algo importante por poder asistir en directo al concierto al aire libre de Barenboi, sobre todo con la 7ª del divino sordo como obra principal. Se me ocurren algunas reflexiones al respecto. La caída del muro fue considerada como el símbolo del desmoronamiento del bloque de países comunistas del este europeo. Fue y es celebrado como un acontecimiento positivo, como una conquista y una recuperación de valores fundamentales. Aunque también he oído algún testimonio de alemanes por la radio referente a que en estos momentos de crisis y paro muchos alemanes del este se acordaban de la RDA. Claro que no puede ser la bota llena y la suegra borracha. Es curioso que una ideología y un sistema, que proclamaban la igualdad y tenían como objetivo la igualdad y el bien común de todos los ciudadanos, acabasen desechados por los mismos y se celebre su desaparición. Más allá de meterme en el análisis de su sistema se me ocurre una primera reflexión. Todo cambio de paradigma social o avances positivos de cualquier tipo no se pueden imponer o poner en marcha a golpe de autoridad o de control, sino por la persuasión y el convencimiento, personal y social. Y esto vale para la religión, para la política, para la educación, para la beneficencia y hasta para la buena marcha de las familias.
La segunda me la ha puesto en bandeja de nuevo Baremboi, que en su presentación del concierto hizo referencia a los otros muros que existen hoy en día y son tan clamorosos como el de Berlín: Israel, Corea, Melilla, USA-Méjico y supongo que habrá otros por ahí que no conozco en forma de diversos materiales. Estoy convencido de que van a tardar en caer y no precisamente por la solidez de sus materiales o por la imposibilidad de saltarlos. Más bien tendremos que fijarnos en el volumen de los intereses económicos o en la intensidad del odio que albergan. De todos modos es bueno recordar de vez en cuando que también pueden caer, aunque sea de la forma más inesperada.
Sin embargo, creo que existen además otros tipos de muros que nos distancian a los humanos. Son invisibles, pero impenetrables y, me da la impresión de que vivimos muy cómodos con ellos. Resultan ser unas defensas muy seguras para nuestro sistema de vida. Todos tenemos muy claro en qué países o en qué zonas deben estar los reductos de miseria o de marginalidad para que no molesten a los intereses del sistema y poder mirar para otra parte. También hay otro tipo de marginalidad invisible a primera vista pero que puede estar instalado en nuestro entorno. Pueden ir con nosotros apretujados en el metro o puede que haya un piso patera en nuestra escalera pero en medio hay un muro de prejuicios, de indiferencia o de desprecio. No hay dinamita que pueda con éstos. Va a hacer falta mucho compromiso humano y mucha presión social para abrirles algunas ranuras. En ello estamos.
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