Hoy hace 18 años que María y yo nos casamos. Fue una ceremonia relámpago en los viejos locales del juzgado de Barakaldo y sin ruido ni grandes aspavientos. Solamente asisieron los familiares directos y los amigos más íntimos. Nosotros dos elegimos una vestimenta de "paisano"consistente en una camisa blanca y un pantalón vaquero. El de María era un peto. Ha sido el único día de mi vida que la he visto maquillada. Una amiga suya peluquera se empeñó en hacerle un peinado especial y la embadurnó profusamente. Le daba un aspecto para mí extraño dado que no estaba acostumbrado a verla de aquella guisa. La primera anécdota fue que me encontré con que la secretaria del juzgado que asistía el juez era una que yo había casado hacía bastante tiempo.
Habíamos encargado la comida en un restaurante caserío de Maruri como si fuera un encuentro familiar con no me acuerdo qué disculpa. Pedimos una paella especial como plato principal y encargamos una tarta de postre, lo demás lo dejamos a discreción del restaurante que se portó de maravilla. Jamamos como leones, hubo buen ambiente y los pequeños pudieron jugar a sus anchas en los terrenos del caserío. El precio, además, no tuvo nada que ver con el de una boda normal. Luego fuimos a Butrón a visitar el castillo, a pasear la comida y a huír del calor que aquel día, al revés que hoy, fue axfisiante. Más o menos a la hora en que estoy escribiendo esto entramos en casa y estrenamos nuestra andadura juntos.
Hoy nos hemos dicho unas cosas preciosas y hemos hecho una comida especial. Teníamos previsto un paseo por la costa con final en algún restaurante o asador, pero con este tiempo de comienzo otoñal nos hemos tenido que quedar en casa y aplazarlo para el próximo fin de semana si el tiempo lo permite. De todos modos nos ha servido de disculpa para pasar una tarde juntitos y, a ratos, acurrucados mirándonos a los ojos, lo que no deja de ser algo más gratificante que todos los festejos del mundo. A decir verdad, nunca me hubiese imaginado que se podría llegar a vivir tan íntimamente a una persona. Y digo bien, se comienza viviendo con una persona que resulta ser aquello de la convivencia y sus muchas dificultades, que las tuvimos, pero ha llegado un momento en que nuestra relación ha dejado la esfera de la convivencia y hemos entrado en la vivencia del otro. Nos sentimos como un nosotros, de tal manetra que el yo y el tú serán siempre plural sin dejar de ser singular.
Doy gracias a Dios por este regalo que, además de llenarme de gozo y de vida, me está ayudando a entenderle de otra manera. Deseo de todo corazón a todos los que optan por compartir su vida con otro o con otra que puedan disfrutar de esta experiencia que, por encima de fracasos, de dificultades y de los varapalos que da la vida es de lo mejorcito que le puede pasar a uno.
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