No lo puedo evitar, sigo traumado con la movida futbolística. Ayer cerca de 50.000 -sí cincuentamil, no se me ha escapado ningún cero- enfervorizados hinchas madridistas rugían de entusiasmo en el Santiago Bernabeu ante la aparición de uno de sus nuevos astros, Kaká. Aclamaban rendidos el discurso del gran mago de las finanzas que les prometía felicidad y gloria para el futuro, haciendo mangas y capirotes a la crisis, a la opacidad de la banca y a las penurias que muchos de ellos podrían estar pasando. Y, por si alguien no se ha enterado, los medios de comunicación lo han jaleado y aireado cada cual con mayor entusiasmo para no quedarse en segunda fila informativa.
Esto que estamos contemplando indignados ¿es de otro mundo dentro o fuera del mundo o es mentira eso de que hoy no se puede arriesgar a hacer negocios? ¿Qué tiene que ver esta movida multimillonaria con los afamados brotes verdes, que andamos locos esperando que, además de en la imaginación de los poderes públicos, aparezcan en la tierra? Como no me encajaban las respuestas creo que he descubierto que se trata de brotes blancos. Claro, como el uniforme del Real Madrid, pero, yendo más allá, como las batas de los médicos o el color de los manicomios, porque covengamos que esto es de locos. A falta de soluciones está bien aplicar analgésicos y, si preciso fuere, opiáceos o descargas de adrenalina, que todo puede servir para mantener amansada a la plebe.
¿Qué diría Marx si levantara la cabeza y tuviese que descubrir de nuevo dónde está ahora el opio del pueblo? Qué fácil resulta fabricar ídolos. Realmente hoy en día resulta más difícil con tanto ídolo ser ateo que creyente.
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