sábado, 18 de abril de 2009

RESURRECCION

A la vuelta de vacaciones el comentario que más se ha oído ha sido el tiempo. La inmensa mayoría del personal ha estado echando pestes por el frío, la lluvia y, en suma, por la decepción de que la primavera no acaba de llegar como a nosotros nos gusta. En Quintanilla hemos tenido de todo viento del norte helador, lluvia abundante, nevadas cortas, ratos de sol y hasta una helada soberana. Los habitantes del lugar se quejaban de que el frío de este año ha sido excesivo y que el pasto no termina de brotar por falta de calor. De todos modos las hemos aprovechado bien y hemos podido sacar jugo a los ratos sin lluvia y a la convivencia con la cuadrilla.




Me he sorprendido a mí mismo una vez más. Un urbaneta como yo me quedo largos ratos contemplando la vida en la naturaleza. En esos ratos me entra como un cosquilleo por las entraña que hace que sienta más ganas de vivir y de compartir vida, sin aspavientos, pero intensamente gozoso. En nuestro pequeño terreno y en nuestros árboles he sorprendido revoloteando y preparando sus nidos a una pareja de jilgueros - a propósito, qué sensación más distinta es verles y oírles en su sitio y no en jaulas-, otra de tordos y otra de unos, que no sé cómo se llaman, que son parecidos a los gorriones pero con el pecho anaranjado. He echado en falta a los colilargas de otros años. En el cercado de al lado brincan los primeros ternerillos de la temporada. La mamá vaca de turno limpia a lametazos a un recién parido. Aprovechando la única mañana de sol ha aparecido un enjambre de abejas libando en las flores de los ciruelos, como si los estuvieran preñando. El objetivo largo y la habilidad fotográfica de María han sorprendido a una de ellas en plena faena, como consta en la foto.


A pesar de las condiciones climatológicas adversas y de los lógicos retrasos de la floración, la vida sigue resurgiendo imparable. Es curioso ver que en medio de las situaciones más adversas siempre nos sorprende un brote de vida. Es algo que va dentro de la tierra o de los seres vivos que no renuncia nunca a apagarse. Por ello he puesto el título de resurrección. Al final siempre queda la vida. Al final no hay que dar por perdida ninguna lucha, ningún empeño contra la destrucción o la muerte.
Me ha resultado reconfortante esta experiencia en mis vacaciones para afrontar un final de curso, que se presenta un tanto difícil, y para seguir al pie de la letra aquel lema que un día solté a los directores de colegios e institutos "no hay que dar ningún caso por perdido". La sonrisa que me devolvieron más que complaciente parecía una foto del escepticismo, como llamándome iluso o algo así. Más de uno me sigue diciendo aquello de "no merece la pena" o "es inútil". Lo siento, sigo aferrado a la espera de ese algo de vida que queda por brotar en todo ser.
Muchos de los chicos y chicas con los que estamos no han tenido las mejores condiciones para salir airosos en la vida, por eso necesitan que sigamos creyendo en ellos, aunque sea el acto de fe más increíble que se pueda dar. Puede parecer absurdo, pero es imprescindible. Cuando menos lo esperamos algo cambia en su rostro y asoma una pequeña flor de esperanza, es el momento de estar preparados para hacer, como la abeja, que el fruto brote. No me quiero perder ninguna cita de éstas con la vida.





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