Mabel es una niña con un cuerpo que parece de 16 años y una cara, que si no fuera por el garbanzal de granos que exhibe, precería de 5 años. Tiene unos ojos grandes con una mirada inexpresiva. Se esconde detrás de una especie de sonrisa un tanto bobalicona, entre tímida y desconfiada. Mueve con torpeza su humanidad y se traba con frecuencia al contestar, no sé si es por inseguridad o porque no le da para más. Tengo que charlar con ella porque ha tardado mucho en matricularse y ha faltado bastante a clase al comenzar el curso. La única razón que me da es que no le pueden traer a tiempo.
A lo largo de las palabras que le voy sacando con sacacorchos y con la ayuda de la tutora, entiendo que vive de prestado. Sus padres se han ido a Barcelona y lleva no sé cuántos años a cargo de una tía y de una abuela rodeada de primos menores en una zona del Txoriherri. Duda al decirme los apellidos de los familiares y de algunos ni siquiera los sabe. Le están adaptando el currículo y ante la pregunta de que si le gustaría tener un oficio para el futuro o seguir en las ferias, se encoge de hombros y se me queda mirando atónita como si le hubiese hablado en sanscrito.
Me ha transmitido tal sensación de tristeza que he salido del colegio con el estómago encogido. Estamos peleando con estas familias para que no frenen la promoción de sus hijos, pero es inútil. Los han parido para huncirlos a una barraca o similar. Se me van los ojos cuando les veo para observar a los niños y niñas que pululan alrededor. Tienen algo triste e inexpresivo en su mirada que, a veces, raya en el hastío por tener que chupar una tarde entera en una taquilla cutre y desvencijada o recojer las pelotas de trapo o repartir las escopetas de aire comprimido.
A mi pobre Mabel no le da ni para eso. Me temo que no le queda otra que ser la fregona o la que se queda cuidando niños, porque encima va de prestado. No quiero ni pensar que llegue el energúmeno de turno y se aproveche de ella para dejarla con unos críos y desaparecer. Ya conozco casos de estos, o sea que habrá más. Tampoco puedo ofrecerle ningún recurso para que pueda ver algo fuera de su reducido espacio de vida porque no vive en Barakaldo. Me quedé triste y me estoy poniendo más triste aún mientras escribo esto.
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