"...la del que huye del mundanal ruido y sigue la escondida senda por donde han ido, los pocos sabios que en el mundo han sido." Bueno, aquí no tengo el huerto del que luego habla el poeta. Me conformo con la campita y unos árboles frutales. El pequeño me ha empezado a dar unas peras impresionantes y los dos viejos ciruelos nos suministran para elaborar la sabrosa mermelada "made by María".
Es curioso cómo cambia el chip cuando te sumerges en un ambiente abierto a la naturaleza: el entorno, el paso del tiempo, la relación vecinal, los paseos, el sonido del viento, el tañer de los campanos a lo lejos, la coral de aves, el abrigo del bosque... el silencio. Es sorprendente cómo puedo retomar esa experiencia íntima de que cuando se produce el silencio exterior, el interior se puebla de sonidos, recuerdos... Me sorprendo en muchos momentos rumiando, al igual que las vecinas vacas de Cinio, desde el cada día más reciente hasta escenas o vivencias que tenía por totalmente olvidadas.
Después de una vida no tan procelosa como la del poeta pero curtida en muchas batallas, me apetece parar y empezar a prepararme para una nueva etapa de mi vida en la que ir sacando conclusiones y regurjitando lo que aún llevo revuelto por dentro. El mayor lujo es poder compartir este oasis, además del bregar familiar diario, con María. La vivencia de pareja se agiganta en intensidad y en cantidad sin necesidad de grandes alaracas, a través de momentos íntimos y de rituales sencillos: desayunar al aire libre viendo amanecer y escuchando los primeros gorgogeos, los paseos al atardecer para sorprender a las cigüeñas recogiéndose en el roble seco, sentándonos a leer juntos, nadando en el pantano, descubriendo paisajes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario