jueves, 6 de junio de 2024

El regreso

     Día 29. "Levántate senderista que ya van a dar las 8" ¡Qué va! para las 8:15 ya estábamos más de la mitad desayunando y eso que nos habían dicho que la hora del desayuno era de 8:30 a 9. Las dos mujeres que atendían al comedor no habían terminado de preparar todo y no pararon de reponer durante todo el tiempo que duró el desayuno. Pudimos prepararnos y desayunar con tranquilidad para llegar puntuales a las 10, hora prevista para la salida del autobús. Esta vez nos esperaba en una calle lateral del hotel y pudimos colocar con tranquilidad nuestros bultos en el maletero. Según se fue comentando, la atención en el hotel fue buena. Su situación céntrica favoreció los paseos por Oviedo y las habitaciones, sin grandes alaracas, eran acogedoras y con un buen baño. O sea, buena relación calidad precio.


       El grupo de coordinación había previsto organizar un viaje de vuelta que no fuese volver derechos a casa y que nos diese la oportunidad de aprovechar la jornada para pasear y tomarnos la comida con tranquilidad. Se había establecido una primera parada larga en Ribadesella. Por primera vez el señor conductor dijo una frase amable en plan humorístico, cuando algunos pretendían levantarse antes de que terminara de aparcar en la estación de autobuses: "con el coche en movimiento, el culo en el asiento". En principio se había pensado parar una hora pero luego se vio que no daba tiempo para aprovechar la parada, por lo que se optó en dos horas. Previamente se había calculado que podíamos llegar sin agobios al restaurante a la hora acordada.

    Parte de la gente se fue al mercadillo y la mayoría optó por pasear al rededor de los muelles hasta llegar al rompeolas exterior. Pudimos observar allí cómo se había aprovechado un trozo de muro abandonado para formar con las rocas un pequeña piscina natural, a la que habían preparado unas escaleras. Resultaba un lugar interesante pero, supongo, que solo con la mar en calma. De nuevo disfrutamos de una mañana espléndida, luminosa, sin viento, el mar como un plato. En el ambiente se respiraba quietud y un  aire puro teñido de salitre. Algo imposible de disfrutar en época vacacional, según se explicaba en unos pequeños murales, adosados al muro que cierra el paseo, dedicados al turismo con imágenes del famoso dibujante Mingote.


    Los más atrevidos subieron a la ermita de la Virgen de la Guía. Según rezaba en un cartel informativo, el edificio actual es la mitad del original que había quedado destruido siglos ha. No se podía entrar, pero por las puertas acristaladas se podía ver que estaba en perfecto estado y muy adornada. Las vistas, como buen puesto de vigía que fue, son impresionantes, tanto sobre la costa como mirando al murallón de montes que cierran el espacio hacia el interior. También tienen bien conservados en su torreón tres cañones, que, se supone, serían para defender y controlar la bocana del puerto. O sea que mucha virgen patrona que nos guía, pero para defenderse mejor cañones. 


    Partimos de nuevo sin ningún problema. Cuando llegamos al polideportivo Ruth Beitia el chofer nos dejó en la entrada. Preguntamos por el restaurante a un vigilante que, tras indicarnos dónde estaba, nos hizo pasar de uno en uno por una puerta de esas de controlar el acceso a las instalaciones. Llegamos bien de tiempo y ya teníamos las mesas preparadas. Nos habíamos quedado sorprendidos por el nivel de las instalaciones y por las terrazas que rodean el restaurante.

    La comida fue sencilla pero buena y mejor atendida por tres jóvenes inmigrantes que se desvivieron por atendernos. Al final, por iniciativa de algunas, se pasó el platito y se les dejó una buena propina. Tampoco hubo problemas con el tema del dinero, aunque al chico, que además de servir estaba en la barra manejando el cajero, le costó entender cómo le presentamos las cuentas, por aquello de que no todos tomaron café. Al final no tuvo problemas porque tienen una maquinita de esas que tragan y cuentan billetes y monedas.


    

    Se acordó la hora de salida para las 18. Mientras tanto el personal estuvo descansando en las terrazas o paseando por las instalaciones. Quedó como un debe el haber podido terminar con paseo por El Sardinero o similar, pero el sitio estaba lejos del centro urbano y con el conductor no estaba el horno para bollos. Y colorín colorado... antes de las ocho en Barakaldo.

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