
Nos hace falta el otoño. Es un buen revulsivo para sacarnos de la empanada veraniega y para que no olvidemos el equilibrio necesario de nuestro sistema. Como casi todo en la vida, necesita movimiento. La comodidad y la quietud son apuestas muy arriesgadas, aunque sean lo que más nos puedan apetecer, o si no que se lo digan a los médicos que nos recetan andar hasta para curar catarros. El viento ha sido tremendo, quizás demasiado fuerte, pero nos ha movido bien el ambiente para que no se nos quede la contaminación agarrada al suelo. El mar se ha puesto serio y ha marcado sus límites. No se ha pasado, nos hemos pasado los humanos metiéndonos en su territorio, igual que en los cauces secos. La naturaleza necesita esos cambios para mantenerse como es, aunque algunos sean más desagradables o incómodos que otros.
Esta noche voy a llamar al viento sur, que nos ha azotado de lo lindo, no solo para que arranque las hojas, sino también para que se lleve la contaminación de toda la palabrería que nos va a inundar estos días: insultos, descalificaciones, calumnias, brindis al sol, y tú más... Esos, a los que no vamos a tener más remedio que votar y no se lo merecen, querrán convencernos, a través de un sin fin de peleas de gallos en las que todo vale, diciéndonos y prometiéndonos cosas maravillosas. Lo que no nos van a decir son las medidas poco agradables para unos o para otros que haya que tomar para lograrlas y sus efectos no deseados. Son de los que piensan a corto plazo y con ganar están conformes.
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