Hoy día de todos los santos he sentido la necesidad de escribir algo en honor de todos aquellos que en su vida han hecho posible que en este mundo haya menos personal que sufra y que nos sea menos gravoso tener confianza en la humanidad. O sea, santos o no pero que no nos falten nunca personas como ellos. De paso, haciendo esto en memoria de estos imprescindibles, quiero huir del idiotismo mimético que se ha apoderado del personal en estas fechas con la imitación de las fiestas del mal gusto importadas del fantasma colectivo yanqui -algo ya adelanté en mi facebook.
El viernes pasado participé en un acto en favor de la fundación Vicente Ferrer en Bilbao. Jordi Folgado, su sobrino y gerente de la fundación, intentó comunicarnos las experiencias que había vivido en su trayectoria de trabajo junto a su tío. Más allá de fijarse solo en sus actos e iniciativas, nos transmitió, sobre todo, su filosofía de vida, las vivencias interiores de Vicente y su inquebrantable fe. Digo que intentó porque en algunos momentos se le quebraba la voz y se quedaba bloqueado por la emoción. En el turno de preguntas una señora mayor no se explicaba cómo no estaba ya en los altares un santo así, cuando estaba a la vista de todo el mundo el bien que había hecho. Jordi le dijo que sí estaba en los altares, pero no aquí sino en los altarcitos domésticos de las casas de Anantapur, junto con los de sus dioses domésticos. Ellos dicen que no es un dios pero que lo tienen cerca y lo han podido tocar. Claro que la pregunta de la buena señora quedó sin contestar.
La iglesia dedicó este día a todos los santos anónimos que no había podido reconocer oficialmente pero que su santidad había sido palpable para aquellos que habían convivido con ellos. Claro que en personas tan notorias como Vicente Ferrer o, se me ocurre también, el Abbè Pierre el anonimato no es precisamente lo que les caracteriza. Sin embargo es más fácil canonizar a religiosos, obispos o papas que a otros y no digamos si, además, tuvieron la osadía de abandonar su estatus clerical o religioso. Es lamentable que a estas alturas se sigan considerando milagros solamente las curaciones, supuestas o no, prodigiosas y no se dé importancia al bien personas así han hecho a pueblos y a colectivos desfavorecidos, posibilitándoles una vida digna cuando no les quedaba ninguna esperanza o muy pocas oportunidades. Algo de esto dejé escrito cuando murió Vicente Ferrer. Voy acabar desconfiando de casi todos los que llevan el san por delante para quedarme con los no reconocidos canónicamente, ya sea por desconocimiento o por ser ignorados intencionadamente.
La iglesia dedicó este día a todos los santos anónimos que no había podido reconocer oficialmente pero que su santidad había sido palpable para aquellos que habían convivido con ellos. Claro que en personas tan notorias como Vicente Ferrer o, se me ocurre también, el Abbè Pierre el anonimato no es precisamente lo que les caracteriza. Sin embargo es más fácil canonizar a religiosos, obispos o papas que a otros y no digamos si, además, tuvieron la osadía de abandonar su estatus clerical o religioso. Es lamentable que a estas alturas se sigan considerando milagros solamente las curaciones, supuestas o no, prodigiosas y no se dé importancia al bien personas así han hecho a pueblos y a colectivos desfavorecidos, posibilitándoles una vida digna cuando no les quedaba ninguna esperanza o muy pocas oportunidades. Algo de esto dejé escrito cuando murió Vicente Ferrer. Voy acabar desconfiando de casi todos los que llevan el san por delante para quedarme con los no reconocidos canónicamente, ya sea por desconocimiento o por ser ignorados intencionadamente.
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