jueves, 23 de enero de 2014

Un año sin ella

El domingo pasado asistí de nuevo a la misa en la residencia Miranda donde estuvo asistida ama los últimos 13 o 15 años, no lo recuerdo bien. Era el primer aniversario de su muerte. Como mi hermana se encontraba fuera, no quise dar a la fecha ninguna publicidad y preferí celebrarlo desde mi interior. El bajarla a misa se había convertido en las rutinas del domingo por la mañana de los últimos años. Solamente le fallaba cuando estábamos en Quintanilla o fuera de Barakaldo por vacaciones o por actividades especiales. Me he quedado al fondo de la capilla en el mismo sitio en el que anclaba su silla de ruedas para que no molestara a nadie. He vuelto a recordar el ambiente, los cánticos, el bisbiseo de las ancianas siguiendo las oraciones del cura, los largos saludos de la paz... He echado en falta a varias personas que no faltaban nunca, por lo que supuse lo que había sucedido. Otros dos que andaban muy tiesos tienen que utilizar el andador y eran bastante más las personas conocidas que tenían que mantenerse sentadas durante toda la ceremonia. Y es que a estas edades en un año pueden pasar las cosas más inesperadas en los momentos más insospechados. Nos conviene ir tomando nota. 


Entrada de la residencia
He vuelto a experimentar el cariño que se profesan entre la mayor parte de las mujeres, los gestos de complicidad y la atención que dispensan a las que tienen mayores dificultades, como María la ciega a la que nunca le faltan lazarillas. Esos gestos me han hecho recordar los saludos cariñosos, las palabras de ánimo o los piropos que le dedicaban a ama. Claro que nunca han faltado ni faltarán las y los insoportables que con la edad consiguen superar sus cotas de antipatía y egocentrismo. En sitios como las residencias se hacen notar más por aquello de que se concentran en un espacio pequeño y bastante cerrado. Tanto en el momento de la paz como en la salida, algunas personas de las más cercanas a ama me han saludado con besos y abrazos efusivos, como si aún fuese de la familia que forman allí. Me han recordado la personalidad de ella, me han preguntado por mi nueva situación y, por mi parte, me he interesado por su salud y por otras conocidas. 

Ha sido una experiencia entrañable y de emociones contenidas. En el ambiente propicio de la misa, he vuelto a dar gracias a Dios por ella, como en el día del funeral, y no he querido tener en cuenta las diferencias que se pudieron dar entre nosotros, ni las facetas de su fuerte personalidad que no me hacían gracia. Un año me ha dado espacio para pasar página y tener a ama como un recuerdo en paz, pero aún hay momentos en los que me sorprendo pensando esto se lo tengo que contar a ama o cómo le gustaría saber que fulano o mengano ha hecho o le ha pasado esto. En fin, la madre siempre nos marca para toda la vida, no solo por la herencia genética que hemos heredado para bien o para mal, sino también en las costumbres, los tic, las manías o en los gustos. Para mí creo que lo más importante después de este año sin ella es comprobar que, aunque sea inconscientemente, algo de ella sigue viviendo en mí y me alegro por ello. Quiero traer aquí como flor de este aniversario el poema que le dediqué en su 80 cumpleaños.

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