jueves, 5 de septiembre de 2013

En el 30º aniversario de las inundaciones de Bilbao.

El pasado 26 de agosto quedé impresionado al visionar el programa de ETB sobre las últimas inundaciones de Bilbao. Según iban pasando las imágenes y los testimonios se me agolpaban un montón de recuerdos. Sin embargo, lo que resultó de un interés especial fue el compartir ese rato con María y con nuestra hija. Siempre hemos dado gran importancia en nuestra familia a la transmisión oral de recuerdos, de experiencias, de acontecimientos... ya sean de nuestra historia personal o de la historia en la que nos tocó crecer y vivir. Nos parece un puntal importante de la educación familiar para que los que vienen detrás encuentren razones para entender lo que se encuentran hoy y para tener referencias que les ayuden a formar los criterios de su propia vida.

Nos estábamos viendo envueltos en aquella multitud armada de escobones y palas dispuestas a darlo todo hasta caer de culo por el cansancio. María y yo estuvimos los primeros días en el Casco Viejo y en Rekalde. Después nos reclutamos en las brigadas del ayuntamiento de Barakaldo y nos tiramos en Alonsotegi una semana sin descanso sacando barro, piedras, troncos y hasta animales muertos. Teníamos dos sentimientos encontrados, por una parte la impotencia de ver que aquello no se acababa nunca y por otra la satisfacción de haber aportado todo lo que podíamos aportar.

Al mismo tiempo recordábamos anécdotas de cómo baja la ría, de personas conocidas que lo pasaron mal... en especial de mi difunto primo Txomin que, como nunca salía de las tascas del Casco Viejo, estuvo pasando la noche en una terraza del bar donde estaba subido en una torre de cajas de botellas de vino vacías. Yo me libré de la riada porque aún no había bajado a la sede de la comparsa, aunque me quedé sin trombón porque lo había dejado en el sótano y supongo que se iría a dormir entre los fangos de la ría o derechito al mar. Estaba en casa de mi madre pasando unos días y al vivir en Arangoiti solo veíamos que la carretera de acceso al barrio y los caminos del monte se habían convertido en un abrir y cerrar de ojos en unas torrenteras que arrasaron el barrio. Yo comencé a llenar la bañera y todos los cubos y cazuelas de casa de agua, a pesar de la extrañeza de mi madre. Al día siguiente, no había agua pero nosotros tuvimos suministro para unos cuantos días.

Así quedó la txosna de mi comparsa
La semana siguiente comenzaban las clases y yo tenía que ir a Santurce. Por aquel entonces estaba dando clases en el instituto de formación profesional. Solía ir en el tren de cercanías que discurre paralelo a la ría. Fue un viaje desolador al ver todas las factorías llenas de barro, de árboles... con paredes caídas y gran cantidad de materiales inservibles. Me entró una especie de angustia al encontrarme con que no solo había quedado arrasada la zona comercial sino que las industrias habían corrido una suerte similar. Tenía la impresión de que no íbamos a levantar cabeza, que aquello iba a suponer la ruina de la región o algo así. Sin embargo, aquello supuso en realidad un resurgimiento y un empeño en mejorar y aumentar lo que se había llevado el aguadutxu. Y es que este país somos así y me siento orgulloso de participar de ese espíritu de superación y de visión de futuro. A mí me pasó que intenté superar esas sensaciones negativas escribiendo mi primer poema. Lo he colgado en mi pequeño poemario que tengo medio abandonado y, quizás, en esta ocasión también el recuerdo de las inundaciones me devuelva a la poesía.

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