lunes, 8 de julio de 2013

Garikoitz ha muerto

Ha sido de repente, con la llamada de mi primo Luis. He tenido que pasar de una noticia de periódico a saber que ese niño ahogado en la piscina de Ortuella y que ha estado varios días en el candelero de las noticias locales, era nuestro Garikoitz. He sentido un pinchazo profundo en las entrañas y me he quedado mudo en el teléfono como quien no puede creer lo que está oyendo. Pero la realidad se impone y mientras hablaba con Luis comencé a atragantarme con las primeras lágrimas y noté cómo me arrancaban algo de lo más profundo de mí. Entonces es cuando me di cuenta de lo adentro que llevaba a este crío.

Garikoitz era nieto de mi difunto primo Fernando y poco a poco en mis visitas a la familia nos fuimos encariñando mutuamente. Ese vitalismo que le llevaba a no parar, esa imaginación que le llevaba a inventar juegos y la espontaneidad que irradiaba me encantaban. Para mí era un gustazo, y a la vez un susto, verle correr y saltar hasta mi cuello con un ímpetu que ponía a prueba mi tocada zona lumbar. Se quedaba apretado y me iba comentado sus cosas mientras lo llevaba aupas. Me concedió el privilegio de conocer sus rincones y escondites secretos y siempre me encomendaba la construcción de su destartalado barco pirata, mientras él jugaba con esos horrendos muñecos  transformer. Ya me terminó de conquistar con su empeño de saber cuál era nuestro parentesco. El día en que comprobó que nuestros segundos apellidos coincidían dio un grito de entusiasmo que me dejó derretido.

Y de repente ya no está. Y no tengo ningún pensamiento de consuelo, solo lágrimas como las que me están molestando para terminar de escribir esto. Las muertes de los niños, y más si son por accidentes, siempre nos resultan trágicas, pero éste era mi niño y no sé qué demonios me lo ha arrebatado, si el corazón. o uno de sus impulsos o el descuido de sus cuidadores... o todos ellos juntos. De todos modos, aunque esa ausencia va a dejar un hueco en mis entrañas muy difícil de llenar, me quedo con las palabras que su madre nos dirigió en el funeral para recordarle: Garikoitz ha sido un niño feliz y el mejor hijo del mundo. Si algún día me regalan un nieto, quiero vivirlo así.

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