miércoles, 19 de septiembre de 2012

Carta a una víctima del terrorismo

A través de la presente quiero presentarle, ante todo, mis respetos por su condición de víctima del terrorismo. Soy una persona que en su día participó en las movilizaciones para exigir la liberación de los secuestrados y para protestar por los asesinatos de ETA. Quiero pedirle disculpas de ante mano por si mi carta pudiere parecerle una intromisión o llegare a molestarle. Nada más lejos de mi intención. Simplemente quiero manifestarle mis preocupaciones y mis sentimientos en esta coyuntura de transición entre el pasado de ETA y un futuro sin su pesadilla. El tremendo lío que se ha montado a raíz del caso Uribetxebarria me ha hecho pensar que hay otros caminos más allá de la justicia que sería conveniente recorrer  no solo para poner fin al terror y la muerte, sino también para preparar el terreno de la normalización social y de la convivencia ciudadana.

Sencillamente le pido, por favor, que sopese detenidamente mi propuesta aunque, de entrada, le parezca chocante. Me parecería sumamente importante que perdone a los verdugos o carceleros, que hayan sido culpables de su situación, y que les haga llegar su perdón, sin que ello, claro está, les exima de cumplir con la condena recibida. Creo firmemente que es el mayor castigo que usted le pueda infligir. Esto lo manifestó hace años, cuando los sandinistas llegaron al poder en Nicaragua, el comandante que fue su primer ministro del interior. Lo primero que hizo al asumir el cargo fue perdonar al somocista que había asesinado a su mujer. Explicó que era el mejor castigo que había encontrado para él.

Ese perdón puede ayudar a cauterizar heridas. Para su verdugo puede resultar un castigo sanante porque, aunque no dé muestras de ello en su exterior y diga que eso no le importa, no le va a quedar otra que sentir que todas las brutales  actuaciones que ha cometido o en las que ha colaborado, han sido absurdas e inútiles y su vida un fracaso. Se tendrá que mirar a sí mismo para soportar que solamente habrán servido para sembrar dolor, destrucción y muerte, entre ellas la suya propia y las de los suyos. Al mismo tiempo, sería un castigo para aquellos que les habían jaleado porque les forzaría a reconocer que por ahí no hay salida para nadie y que también participaban de esa causa sin sentido.


Desde la otra parte, me he atrevido hacerle esta sugerencia porque, me da la impresión, hay colectivos de víctimas que detrás de las exigencias de justicia están pidiendo venganza. De esa forma se sigue dando alas a los que no quieren reconocer sus errores y sus horrores, y eso se está viendo actualmente con la utilización que está haciendo de la dichosa excarcelación. La venganza resulta ser al final un boomerang imposible de controlar. El verdugo puede vivir esa venganza como una agresión que le reafirma en sus convicciones y le sigue aportando razones para dar validez a lo que hizo. Y es que la venganza en vez de cauterizar cronifica y deja abierta las heridas, tanto las suyas como las de ellos. Este tipo de heridas se mantiene abiertas y supuran odio. El odio se puede extender por generaciones y así no se puede llegar a una convivencia ciudadana normalizada, que es lo que más necesitamos en momentos difíciles como éstos y lo que se merecen que les dejemos de herencia las nuevas generaciones.


Por todo ello es por lo que me he atrevido a hacerle esta sugerencia. En este país se han tenido que hacer otras reconciliaciones y, aunque hayan sido más o menos dolorosas, han resultado positivas para el bien de la mayoría. Creo que ahora es el momento de ir preparando el camino de ésta que nos ocupa. A pesar de que sepamos todos que la consecución va para largo, es imprescindible empeñarnos todos en que no sea imposible.


Gracias por su atención.


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