martes, 17 de julio de 2012

Del recio acero vizcaíno

Antiguas oficinas de AHV donde trabajó
Hoy he asistido al funeral de un tío segundo mío. Angel Mª Nieva Agirregomezkorta. Un hombre cabal de los pies a la cabeza, que hacía honor a aquella definición que hizo Cervantes de los vizcaínos: corto en palabras pero largo en hechos. Algunos no han nacido para predicar pero sí para dar trigo y Angel dejó un granero bien nutrido. Para mí ha sido de esas personas a las que me gustaría parecerme, aunque nunca podría ser como él en muchos aspectos, porque pertenece a ese grupo de imprescindibles sin los que el mundo sería aún peor. Como educador que soy y metido en programas para evitar los fracasos y los abandonos escolares, siempre me ha preocupado que personas de su talla humana pasen inadvertidas a no ser para los más cercanos. Han sido un regalo de la vida, pero la historia, o los que la escriben, no les hacen justicia porque ni han declarado guerras, ni han sido millonarios, ni afamados artistas o deportistas.... Hoy en día el ideario de la mayor parte de los menores y de sus progenitores está lleno principalmente de este tipo de figuras o, simplemente, de las que salen en la tele. Sin embargo, lo que más necesitamos aquí es que entre las nuevas generaciones surjan descendientes que recojan el testigo del temple y del espíritu de Angel, aunque no sean de su sangre. 

Era una persona que no ponía por medio en sus relaciones el color político de los demás ni sus creencias. Siempre le he conocido trabajando incansable incluso después de haber sufrido las operaciones de corazón. Me llamaba la atención el detalle que ponía en todo y su paciencia para soportar las dificultades que se le planteasen. Tenía la manía de querer mejorar todo, aunque lo hubiese hecho él mismo, de hacer cosas nuevas donde hiciera falta. Siempre he admirado su gran sentido de la solidaridad, porque estaba dispuesto en cualquier momento para ayudar a todos los que viese con necesidad o para colaborar con las organizaciones  o asociaciones dedicadas a la promoción de los necesitados. Creo, además, que su familia va a notar profundamente su ausencia, aunque ya preveían el final. Formaba con Ana Mª una pareja inseparable y era todo atenciones con sus hijos y con sus nietos. En su parroquia le han llorado tanto como en su familia por su colaboración, por su dedicación incondicional y  por el espíritu que transmitía. Mira por dónde él hacía bueno aquello de que a la Iglesia no hay que darle dinero, porque uno de sus principales afanes era conseguir la autofinanciación de la parroquia.


Visto desde ahora, me parece que la vida y los actos de Angel Mª resultan un compendio de buena gente, solidaria, disponible, trabajadora, creativa, constante, paciente, respetuosa, cariñosa... Todo ello aliñado con una sencillez sorprendente y con una fe profundamente arraigada. Supongo que sus defectos y sus manías, como las de cualquier mortal, quedarán encerrados en el escobero de su casa hasta que desparezcan debajo del polvo del olvido. Al asistir a su funeral me ha quedado la impresión de que nos estaba pidiendo que esos granos que atesoró no queden sin germinar. Por mi parte, me gustaría llegar, en lo que me quede de vida, al nivel del listón que dejó, lo que resulta ser un desafío fuerte, de esos que nos impulsan a seguir creciendo  en lo que importa, aunque físicamente no nos toque ya más que decrecer. Habrá que ponerse a ello.

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