Después de leer la última columna de Boff, que se está convirtiendo en mi pensador de cabecera, se me ha ocurrido que esta nueva ética que sugiere se puede aplicar a la responsabilidad de toda la sociedad en la educación de los jóvenes. Creo muy acertada, y que viene a colación en el panorama educativo de hoy, la observación de que existen otras dimensiones más allá de la razón que pueden desbordar, y de hecho están desbordando, la ética más elemental en el comportamiento social y en la convivencia familiar. Una parte considerable de los y las adolescentes de hoy cabalgan sobre ellas a pesar del notable déficit de riendas, del que incluso hacen gala inconscientemente.
Podríamos decir que la más peligrosa de esas cabalgaduras es la dimensión del deseo que es innata al ser humano, y a todo ser viviente, y que es positiva en sí misma.El problema viene cuando esta sociedad hija del capitalismo está convirtiendo el deseo en criterio exclusivo para la vida. Estamos metiendo a los jóvenes en una espiral que exacerba hasta el desquicie el deseo de éxito, de placer, de comodidad, de poseer y de pasividad y los chavales lo aplican a rajatabla "me gusta" "no quiero" "se lleva" "ya" "todo" "y punto"... Este tipo de afirmaciones tajantes están a la orden del día y ante ellas no cabe razonar, dialogar, prever el futuro, buscar lo más conveniente para la salud, pedir ningún esfuerzo... Es difícil intentar que comprendan que, en vez de la felicidad, les espera un batacazo de graves consecuencias si se lanzan en una carrera desenfrenada por esa cuesta abajo. Mientras tanto en esa caída libre van arrastrando a los que conviven con ellos, van destrozando tanto relaciones como cosas y se van cerrando puertas para el futuro.
Hay otras consecuencias más allá del deterioro personal y del entorno inmediato que cada día son más patentes. Se está dando un auge de adolescentes, incluso niños, tiranos que se van rodeando, a través de sus exigencias y chantages, de actitudes y maneras dictatoriales. Pasan por encima del respeto a las personas, a las cosas, a la naturaleza, incluso llegan a despreciar lo que se les ha dado gratuitamente y no ponen límite a sus exigencias. El que no quiera ver aquí un terreno abonado para nuevos brotes de actitudes y de ideologías de carácter totalitario es que está ciego o no quiere ver. Por otra parte, la desmedida en el consumo y el poco valor que dan al gasto de la energía o de los bienes básicos no augura un buen futuro al conservacionismo de la tierra si no cambia notablemente este panorama.
Como bien señala Boff, resulta imprescindible dar forma, cauce y sentido a esta vorágine para que el deseo sea en realidad una energía positiva de crecimiento y de realización, tanto global como personal. Para ello sugiere la necesidad de desarrollar, entre otras cosas, una serie de valores que deben ser normativos y que se hacen visibles en la ética de la responsabilidad. Responsabilidad de la que nadie puede considerarse exento, ni como padre o madre ni como ciudadano, y que no se puede delegar en responsables o instituciones públicas o religiosas. En estos momentos es una gran parte de la sociedad la que está mirando hacia otra parte ante la autodestrucción de unas generaciones jóvenes, de la misma manera que lo hace ante el deterioro del planeta esperando que alguien venga a arreglarlo. Responsabilidad que hay que exigir a los jóvenes en la misma medida en que se les da, muy alegremente por parte de algunas familias por aquello de no tener que discutir, prerrogativas de adultos para las que probablemente no estén muy preparados ni física ni sicológicamente. Sin este contrapunto no se puede garantizar para un futuro no muy lejano ni la educación, ni la convivencia, ni la democracia ni la conservación del medio ambiente.
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