Este post va dedicado de nuevo a Mabel, aquella chavala portuguesa de familia feriante, a la que le dediqué un escrito en el que me refería a todos los hijos de barraqueros. Hoy he vuelto a su colegio a la hora del recreo porque tenía que charlar con un compañero suyo que por echar la siesta y otras lindezas más se estaba fumando la escolaridad.
Mientras esperaba al interfecto y a su tutora, me he acercado a una ventana que daba al patio y al sol, cosa de agradecer en el día de hoy. Estaba mirando, sin fijarme en nada concreto, las evoluciones de los alumnos según salían de clase. Enseguida la vista se me quedo fija en una alumna porque su aspecto me resultaba familiar. En efecto, era ella. Su figura es incofundible, abulta el doble que las compañeras, anda como encogida, su mirada triste y perdida. Estaba merodeando alrededor de un grupito de compañeras como quien quiere entrar en él. Sin embargo, ellas, como movidas por un resorte automático cuidadosamente programado, iban dejándola a sus espaldas. Mabel seguía intentando encontrar un hueco para ser una más del corro pero no hacía más que dar vueltas con su cara lánguida, como quien necesita decir aquí estoy yo y soy una más, pero sólo topaba espaldas. Por fin, ha conseguido hacerse con un hueco y en ese momento el grupo se ha trasladado corriendo a otro sitio, buscando un lugar más adecuado para pasar el recreo.
Esta escena me ha encogido el corazón otra vez. Me ha parecido totalmente cruel e injusta la actitud de estas chavalas y he intentado imaginarme lo que puede suponerle a esta cría tragar un día tras otro este tipo de desprecios o desdenes. Sé que no se puede obligar a nadie a relacionarse con otros determinados. Pero estaba contemplando cómo, además de no contar nada en su familia, aquí tampoco sus iguales le hacen mucho caso.
Este hecho también invita a comentar el tipo de relación que se da en la mayor parte de las cuadrillas de adolescentes femeninas. En un tanto por ciento muy alto, y cada vez más preocupante, se rigen por la ley de la más fuerte, la más descarada o la más popular, como les gusta llamarse últimamente. Se pueden estar despellejando por una ropa, por un peinado, por cualquier detalle mínimo que pueda servir para dejar en ridículo a cualquiera, aunque sea su más amiga. Son implacables castigando con el desprecio, dejando en ridículo, calumniando a través de los mensajes de todo tipo... Es increíble cómo se pueden estar estableciendo las relaciones humanas en base a la crueldad. Es verdad que estas historias han pasado siempre, pero me da la impresión que en estas nuevas generaciones van a llegar en breve al nivel de epidemia, si contamos además con el incondicional apoyo de esas series para adolescentes donde se priman esos valores y las facilidades que dan el messenger y todos los demás programas informáticos del estilo.
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