Al pasar por el parque de enfrente de casa se me va la vista, sin que pueda remediarlo, hacia los bancos donde solía sentarse a descansar de sus paseos programados. Para mí es como si los hubiesen quitado, si mi amigo Antonio ya no está allí para preguntarme a qué monte ha tocado subir, para contarme cuántas vueltas había dado ya o para soltar algunas de sus ocurrencias. Hace poco le dediqué de todo corazón una entrada y hoy no me queda otra que despedirle después de haber asistido a su funeral y a los duros últimos meses de su vida.
Le habían repetido la operación de garganta y en el afán de eliminar el cangrejo le dejaron la garganta tan afectada que se tuvo que estar alimentando por sonda. Esa fue la última cruz de su vida: no poder comer. Los médicos le daban largas y en casa comenzaron a darle un poco de alimento en papilla. A pesar de las molestias y de las noches toreras que todo aquello le hacían pasar, no dejó de salir a la calle a dar el paseíto de cada día alrededor del parque y a quedarse más tiempo sentado en los bancos con los suyos y con su novia, claro. Me dio la impresión de ver en él a un hombre curtido en el horno alto, capaz de resistir el sufrimiento con entereza
En el funeral, un tanto laig e impersonal celebrado en una de esas capillas que tienen ahora los tanatorios, me sentí emocionado con su recuerdo. Del chorro constante de palabras a que nos sometió el celebrante, me quedé con una cita que leyó de S. Agustín, cuando estaba a punto de morir. No recuerdo el texto al pie de la letra pero el sentido estaba claro, porque es algo que suele pasar siempre y, por lo que vi, ya pasaba desde antiguo. "Cuando habléis de mí después de que muera no cambiéis el tono de voz, ni os apuréis al decir mi nombre, hablad como si yo estuviese delante. Y si os reís, no os contengáis hacedlo como si yo estuviese..." O sea que iba a seguir presente aunque de otra manera. Yo, al menos, pretendo, como dije en la entrada anterior, tener presente y hacer mío, aunque ya no esté, ese amor a la vida y el saber disfrutar de las cosas sencillas o del calor de los propios, tan suyos, que son, al fin y al cabo, las experiencias que no nos pueden faltar al final y que acaban siendo las que nos llenan más por dentro. Descanse en paz.
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